jueves, 13 de febrero de 2014

Capítulo 9: La dama y el rey

A las doce y media del día ya estamos todos los Grey reunidos, y con todo, el salón del departamento sigue siendo imponente y enorme; somos diez personas y da la impresión de que para que este lugar se vea lleno habría que traer unas ochenta o así. Grace y Mia se van a la cocina con Gail a preparar algunos tragos y pequeños bocadillos. Elliot, Kate y Carrick están sentados en el gran sillón cerca de mí inmersos en una conversación sobre la empresa de Elliot y lo sonada que está volviéndose no sólo en suelo estadounidense, sino a nivel mundial. Christian permanece junto a la puerta principal intercambiando palabras con Taylor; lo miro y vagamente pienso que sólo por esta vez no me urge saber de qué tanto hablan, sólo por esta vez quiero sencillamente dejar de pensar.

Al acceder a casarme con Christian y ser una Grey, supe que de ese momento en adelante pasaría a formar parte de una gran familia en crecimiento, bastante numerosa especialmente en las reuniones. Ahora, viéndolos a todos en el salón de mi primer hogar con mi marido, no puedo evitar sentirme feliz. Antes mi familia eran mamá con sus cambiantes esposos y Ray cada vez más lejos, y yo era feliz con eso, no me podía quejar y nunca lo hice, pero siempre quise… no sé, algo como esto. Me sonrío interiormente al pensar en nosotros como una jauría de lobos, cada miembro velando por los otros y asegurándose que todos puedan sacar partido de lo que hacen.

Sí, definitivamente me gusta ser una Grey, aunque sigue gustándome ser una Steele.

Por un momento me permito distraerme con el recuerdo del día anterior, de mi "misión secreta" y los veinte mil dólares que habré de pagarle a ese canalla por el "favor" que me va a hacer.

______

Mientras subíamos en el ascensor ya de regreso al penthouse, la tensión sexual entre Christian y yo era tan poderosa que un minuto más sin tocarnos o llegar a nuestro destino y el elevador habría explotado. Todos los músculos de mi cuerpo estaban en guardia mientras atravesaba el departamento y depositaba a Phoebe en su cuna, dentro de nuestra habitación. Me la quedé mirando, con los ojos azules abiertos, explorando, y torcí la boca. Christian llegó enseguida, me abrazó por detrás envolviendo sus brazos a mi alrededor antes de apoyar la barbilla en mi hombro.

–Es preciosa nuestra princesa –murmuró cerca de mi oreja, sus dedos trazando suaves dibujos en mis costillas.

Me estremecí suavemente al sentir su aliento en mi cuello, sus dedos enviando olas de calor por mi torrente sanguíneo, haciendo que la sangre acelerara y me sensibilizara.

–¿Tienes frío? –preguntó, girándome para tenerme frente a él.

–No exactamente –musité con suavidad. Me mordí el labio inferior mientras contemplaba sus oscurecidos ojos grises.

¡Dios, cómo le deseaba!

Ladeó la cabeza como si no acabara de entender qué quería decirle, a qué venía mi tono ronco… Sí, como si Christian Grey no oliera a kilómetros la excitación recorriendo mis venas. Fue paradójica su reacción. Tensó la mandíbula y sus dedos se aferraron con más fuerza a mis brazos, pero retrocedió un paso mientras negaba con la cabeza suavemente. Mi ceño fruncido se disparó.

–No me mires así, sabes que aún no estás bien –una media sonrisa pugnaba por escapársele mientras intentaba mantener el semblante serio.

–Por favor –rogué–. Ni siquiera haré esfuerzo alguno. Sencillamente voy a permanecer tendida en la cama mientras tú haces todo el trabajo como tan bien sabes –le sonreí brillantemente.

Torció la boca y sus ojos brillaron con humor, pero no respondió. Leí la vacilación en su mirada tan claramente como si llevara un rótulo brillante en la cara; en ese sentido mi marido no era un hombre demasiado complicado, y además tenía de mi parte su más grande debilidad: no tocarme.

–Unas palabras muy convincentes, sra. Grey –se burló–. Puede incluso que me plantee su petición…

–Lo único que debe plantearse, señor Grey, es si quiere o no poner algo de música; dejo el tema a su elección.

Me acerqué a él hasta que nuestros pechos casi se tocaron. Deslizando las manos por su nuca y sus mejillas, enredé los dedos en su cabello y atraje su boca a la mía. Nos fundimos en un beso suave que lentamente se volvió cada vez más hambriento, más voraz. La sangre cantaba en mis venas el nombre de Christian como lo haría un coro eclesiástico: alto, claro y fuerte. Nuestras lenguas se enredaban juntas e involuntariamente me encontré repitiendo los movimientos con los dedos; sus sedosos mechones de cabello cobrizo me acariciaban la piel de forma tal que el botón constrictor de músculos ventrales se activó. Las manos de Christian recorrían suave y sensualmente mi cuerpo, apretando, tocando, pellizcando, hasta que rozaron los bordes de mi herida y no pude evitar evocar un gemido de dolor en su boca. Al separarse reparé en que los ojos le brillaban, pero ya no de excitación sino de furia.

–¿Ves?, de esto hablaba. ¡Caray, ¿por qué sencillamente no puedes estarte tranquila por un rato?! Te lo repito, Ana, no estás lista –me dijo con la claridad con la que se le habla a un niño.

–Sí lo estoy –protesté haciendo un puchero–. Por favor, Christian.

–No, Anastasia –sus labios eran una fina línea prieta mientras contemplaba el anhelo en mi rostro y se pasaba ambas manos por el cabello.

Miró a nuestro alrededor hasta que encontró el argumento que necesitaba para disuadirme del todo.

–¿Por qué insistes en que Phoebe duerma con nosotros? –preguntó, haciéndome recelar. ¿A qué venía semejante cambio de tema?

–Porque esta vez quiero… llegar… a tiempo –dije, cuidando de darle oportunidad de anticiparse a cada una de mis palabras.

Sus ojos atenuaron el poco brillo que el nacimiento de Phoebe consiguió devolverles, fue el único cambio en su expresión.

–¿Y te parece correcto que hagamos el amor delante de nuestra hija?

Me quedé de piedra al escucharlo, el cuerpo repentinamente se me convirtió en un cubito de hielo. ¡Santo cielo!, ¿qué clase de madre era? Debería darte vergüenza, me acusó mi subconsciente moviendo la cabeza de lado a lado. De hecho, sí me daba.

Estudié los ojos de Christian, todo su rostro, en realidad. Amargo, pero el triunfo poblaba cada centímetro de tan bella cara.

______

En aquel momento dejé que me disuadiera esa idea, pero ahora, meditando un poco, me doy cuenta que él, de yo haber estado sana, no se habría opuesto al sexo sólo porque nuestra hija de pocos días estuviese presente. Seguro me hubiese salido con "es demasiado pequeña para entender lo que pasa y para recordarlo" si la renuente hubiera sido yo.

Suspiro hondamente meneando la cabeza. En ocasiones ese hombre es demasiado listo para mi gusto.

Taylor asiente antes de retirarse. Christian se vuelve en mi dirección arrugando suavemente el entrecejo pero tan pronto me ve, relaja la expresión y hasta una sonrisa se le dibuja. A mí se me dispara el pulso, aunque eso lo hago casi por deporte. Al poco lo tengo sentado junto a mí.

–¿Cómo te sientes? –pregunta deslizando su dedo por mi mejilla y mi garganta.

Me sonrojo.

–Estoy bien. ¿Todo bien con Taylor? –murmuro tentativamente. Mi diosa interior y mi subconsciente aguardan tan expectantes como yo. ¿Hablará?

Suspira y me besa levemente.

–Te lo contaré cuando todos se vayan.

Abro los ojos de par en par.

–¿De verdad? –no puedo disimular el asombro en mi voz. ¡Cierra la boca, Ana! ¡Te vas a tragar una mosca!

Lo hago.

Christian esboza una media sonrisa mientras desliza su brazo sobre mis hombros y nos atrae a Phoebe y a mí a su cuerpo.

–¿Sorprendida, sra. Grey? –baja la cadencia de su voz a un nivel que pone en peligro la velocidad actual de la circulación de mi sangre.

–¿Debería? Tomando en cuenta que usted me tiene por diario, señor Grey… –repongo suavemente.

–¿Acaso se burla de mí, sra. Grey?

–¿Yo? Jamás me atrevería, especialmente porque ahora sé que tu afición a atarme ha encontrado nuevos métodos.

Tuerzo los labios con reproche. Él me devuelve una sonrisa tan franca y deslumbrante, relajada, que no puedo hacer nada por impedir devolvérsela.

–Y eso que aún no has visto todo mi repertorio, nena.

Acaricia mi oreja con su nariz mientras la mano que reposa sobe mi hombro delinea suavemente el contorno de mis clavículas con dedos lentos, tentadores, crueles.

–No inicie, señor Grey, lo que no está dispuesto a terminar –refunfuño sacudiéndome su brazo de encima.

Christian aprieta los labios y sé que sólo es para no reírse. Haciendo gala de su inteligencia a veces obtusa, opta por cambiar de táctica.

–¿Cómo está mi princesa de ojos azules?

Phoebe parece reconocer el apodo que Christian le puso tan pronto verla, en el hospital, porque mueve sus ojos hacia el rostro de su papá y casi me parece ver una sonrisita por ahí. Christian alarga una mano para coger la de ella; me dirige una sorprendida mirada de ojos vidriosos con sonrisa tímida incluida cuando nuestra nena cierra su manito en torno a su dedo índice. Ese momento –él inclinado sobre ella, observándola con adorada fascinación, con su mano en mi pierna y los ojos rebosantes de lágrimas de felicidad– para mí es sencillamente perfecto.

Él se retira suavemente sin deshacer su unión con Phoebe y sin dejar de sonreír como si tuviese los músculos trabados. Me da un suave y agradecido beso que me parece durar por siempre; nuevamente nos internamos en nuestra burbuja privada y por un instante siento que el mundo podría irse a la mierda sin que a mí me importase demasiado.

Aunque, eventualmente, el aplastante silencio en la habitación nos alerta. ¿Ahora qué?

Miramos alrededor tratando de entender a qué se debe el repentino silencio.

–¿Qué? –pregunta él tan confundido como yo.

–Es que… se veían preciosos. Sólo… –a Grace se le corta la voz y una lágrima se le escapa, aunque consigue detenerla con el pañuelo que le cede Carrick. ¿En qué momento regresó de la cocina?

Christian y yo nos miramos, perplejos. Pienso que quizá no sólo los paparazzi están pendientes de cada uno de nuestros movimientos, y eso me desconcierta. Esto me recuerda el día que Grace escuchó cantar a Christian por primera vez, mientras tocaba el piano en su casa… De veras no me parece que seamos un espectáculo tan fascinante como para enmudecer una sala. Quizá no es tanto lo fascinante como lo raro, allí, la desgraciada de mi subconsciente sale con daga en mano a clavármela en pleno estómago.

Como no sé qué más hacer, me sonrojo furiosamente. A mi lado, Christian se ríe.

–No importa cuántos años tenga, voy a seguir siendo el niño sorprendente de mi madre –masculla intentado sonar levemente exasperado, pero la sonrisa se le escucha en la voz.

–Siempre, cariño –dice Grace dedicándole una cálida sonrisa.

–No sé qué te sorprende. Tú y Elliot siempre fueron los raros de la familia, uno no puede evitar observarlos de reojo para ver qué nuevo truco harán esta vez.

Una carcajada colectiva rompe el francamente perturbador silencio y la gracia se la debemos a Mia. Christian le lanza una media sonrisa y ella le saca la lengua de vuelta. Creo que jamás dejaré de decirlo: Mia Grey es un encanto.

Las conversaciones se reanudan con desenfadada naturalidad. Kate, con Ava sobre las piernas, se nos acerca.

–Dime, Ana, ¿cuándo regresas a trabajar? –pregunta con una inocencia digna de una actriz tan soberbia como lo es ella. A mi lado siento cómo Christian se tensa, presumiblemente fastidiado.

¿Qué intenta hacer Kate? ¿Meterme en problemas? ¿Hacerme pelear con Christian cuando más unidos necesitamos estar? Joder, ¿por qué es tan metomentodo? Y lo peor es que ella sabe que en definitiva esto va a desembocar en un enfrentamiento, ella lo está provocando. ¿Acaso busca confrontarlo utilizándome como arma principal?

¡Demonios, Kate!

–Aún tengo reposo por maternidad, Kate –contesto secamente, fulminándola con la mirada. Ella me ignora–. Además, trabajo desde aquí.

–Sí, pero eres la jefa de tu compañía y no puedes pasarte la vida encerrada en casa trabajando desde la Mac. –Dirige sus envenenados ojos verdes hacia Christian por tan sólo una fracción de segundo.

Santo cielo, ¿de veras quieres jugar con Cincuenta? Yo no te lo recomendaría.

–No es la vida, sólo hasta que… las cosas se resuelvan.

¡Rayos! Otra vez las lágrimas no. ¡Y con todo lo que me costó conseguir retenerlas!

¡Teddy!

–No, Ana… No llores, lo lamento. Soy una idiota insensible, perdona –posa su mano sobre mi rodilla y le da un suave apretón, los vivaces ojos verdes ahora destilando culpa. ¡Pues sí debería sentirla!

–Lo eres –murmura Christian tan bajo que tengo que girarme para descartar el habérmelo imaginado. Por la expresión atónita y molesta de Kate, es evidente que ella sí lo escuchó.

Mi marido luce su más peligrosa, brillante y fija mirada gris hierro o gris tormenta el día de una ejecución pública. Kate se ha pasado con sus comentarios sabiendo cuál es nuestra situación, pero eso no impide que tema la confrontación entre el titán y la guerrera.

–¿Qué has dicho? –exige ella perdiendo color pero ganando actitud.

Mierda.

–Lo que escuchaste –sisea Christian en aparente calma–. Aunque no seas capaz de ponerte en su lugar, sabes que Ana está en una situación donde resiste o se derrumba mientras la angustia, el miedo y múltiples factores hacen mella en ambos. Hacemos cuanto podemos, adaptamos nuestras decisiones y nuestros movimientos a la situación, y tú no tienes derecho alguno a blandir tu viperina lengua en nuestra dirección sólo porque mi hermanito no tiene los huevos suficientes para enfrentarte cuando te pones insoportable, que a mi parecer sucede con bastante frecuencia. Mientras tú me atacas indirectamente por restringir a Ana cuando hay una amenaza sobre nuestras cabezas, no te das cuenta de lo mucho que la hieres con tu maldita actitud. Si fueras una buena amiga te importaría una mierda el maldito trabajo o si se la requiere en la oficina, porque ahora quienes nos necesitan más son Tedd y Phoebe. Por consiguiente, Katherine Grey Kavanagh, cuida tu boca o me vas a conocer.

Dicho lo cual, dejándonos heladas a ambas, toma a Phoebe de mis brazos y se retira a la cocina con paso fuerte.

Me muerdo el labio inferior. Demonios, eso fue incómodo e intimidante, aunque pudo haber salido peor. Arriesgo una mirada al frente; Grace está mirándome con cara de no entender. Le sonrío tímidamente, o eso pienso yo que hace mi cara, antes de volverme a Kate. Mi amiga luce trastornada, abatida y por lo menos más cansada de lo que estaba hace un momento. Se lo tiene merecido. Ya era hora que alguien le dijera que se callara, espeta mi subconsciente sin darle mayor importancia; quizá debería estar de acuerdo con ella, pero Kate es, al final, mi mejor amiga, mi cuñada y la madre de mi sobrina.

Kate no es mala amiga.

–Oye… –me muerdo el labio, no sé cómo continuar.

–Estoy bien, Ana. No te preocupes. Tu flamante marido no puede hacerme daño.

Se ríe suavemente para quitarle hierro al asunto. Oh, Kate. Su cuerpo la traiciona. Las manos le tiemblan, los ojos se le enrojecen y el labio inferior… ¡No, Kate!

–Discúlpame un momento –dice levantándose, dejando a Ava junto a mí y casi corriendo hacia el baño. La sigo con la mirada, preocupada, preguntándome si debería ir tras ella. No obstante, me parece que si lo hago entonces la atención va a recaer sobre nuestro pequeño altercado y realmente no quisiera.

Miro a Ava, tan desconcertada como yo pero mucho más inocente y tranquila. Luce sencillamente angelical con su vestido rosa chicle y ese simpático moñito aferrado a sus rizos rubios. Así como con Christian, Dios se esforzó especialmente cuando la creó. Si Teddy estuviera sentado a su lado, serían la parejita de niños más hermosa sobre la faz del planeta.

Hago una mueca y suspiro. Esto sí que es sencillamente perfecto; mi marido enojado en alguna parte de la casa y mi mejor amiga llorando por otra. No sé si alguno de los presentes ya se habrá dado cuenta de las dos ausencias, pero es seguro que no quiero verme asediada por las preguntas.

Así pues tomo a Ava en brazos y hago mi camino lenta y despreocupadamente a la cocina; casi puedo sentir los ojos de Grace siguiéndome hasta perderme de vista. Me sorprendo cuando al entrar en la enorme cocina de acero inoxidable descubro que Christian y Phoebe no están ahí. No me parece probable ni nada normal en el Cincuenta enojado que tan bien conozco, que hubiera podido ir a buscar a Kate para disculparse, especialmente porque cuando Christian tiene la razón y lo sabe, no hay modo de que dé su brazo a torcer. Debe entonces estar en su estudio.

¡Bingo! Él y Phoebe están ahí.

Espío por la puerta entreabierta a dos de los amores de mi vida. La luz de media tarde entra a raudales por el inmenso ventanal que Christian tiene a su espalda como si de una poderosa cascada de oro se tratase. Sus cabello cobrizos brillan como una piedra preciosa haciendo, sorprendentemente, que dé la impresión de tener un halo rodeando su cabeza.

Me quedo boquiabierta. ¡Cincuenta sombras de mierda con un halo! Jesús, ¿quién lo hubiera creído? Y Christian que insiste que no es digno de bendiciones… ¡pues Dios no parece estar de acuerdo! Ojalá tuviera la cámara a mano. Sonrío, ¡qué vista!

–¿No es bonito? –me llega el suave murmullo que es su voz cuando le habla a Phoebe. Alza algo como para enseñárselo, y descubro asombrada que se trata del planeador que le traje del viaje a casa de mi madre. Ambas lo miramos con curiosidad– Me lo regaló tu mami cuando… fui lo suficientemente estúpido como para no saber valorarla lo suficiente. –Baja la mirada. Parece triste, contrito–. Ella es una persona increíble, me dio millones de oportunidades después de eso, y nunca tuvieron nada que ver con el dinero. De hecho, le molesta que gaste una suma "alta" en ella, ¿te lo puedes creer? –Frunce el ceño como si él mismo no acabara de hacerlo–. Como si eso fuera a dejar de pasar. No entiendo qué tanto le cuesta entender que si me pidiera el mundo, yo se lo compraría así eso me dejara en la bancarrota y con importantes deudas… Ana es lo principal para mí. Están tú y tu hermano, además de mi familia y mi empresa, pero ella… es mi diosa de ojos azules. No hay quien se le pueda comparar.

–Si sigue así voy a acabar hecha una magdalena, señor Grey.

Paso y cierro suavemente la puerta. Sus ojos se sorprenden cuando me ven pero enseguida se suavizan antes de volverse cautelosos y acerados. Seguro piensa que vengo a reñirlo, y aunque eso es lo que debería hacer por la forma en que trató a Kate, no puedo. No después de haberle escuchado cómo le hablaba a nuestra hija de mí, aunque ella no lo recordará en un futuro.

–Las únicas lágrimas que quiero provocar en usted son las de alegría, señora Grey. ¿Sería ese el caso? –pregunta suavemente.

–Lo sería –confirmo.

Siento a Ava sobre su escritorio vacío. Los ojos se le iluminan al ver a su tío casi tanto como cuando se abraza a su papá. Christian también la adora, creo que en cierto sentido le recuerda a Mia de pequeña.

–¿Vienes a pelear conmigo? –inquiere con fingida indiferencia.

–Venía.

–¿Ya no?

–No, señor Grey.

–¿A qué se debe el cambio de parecer en una mujer tan obstinada como usted, sra. Grey? –ahora los ojos le brillan con humor. ¡Pero qué voluble este hombre!

–A que sin pretenderlo me hiciste sentir amada y especial –me inclino sobre el escritorio y le beso los labios–. Gracias.

–Nos proponemos complacer.

Le sonrío tímidamente, y él a mí. Sé que parecemos un par de idiotas, y probablemente Ava esté agradeciendo que su padre y su tío no sean hermanos consanguíneos por si la rareza es hereditaria. Pero no puedo evitarlo, especialmente porque me sorprende la capacidad de Christian para hacerme olvidar el enojo y sólo amarlo como si mi vida dependiera de ello.

En cuanto a la reprimenda, quizá durante la cena.

***

El tintineo de los cubiertos al rozarse entre sí es el único sonido que acompaña nuestras suaves respiraciones mientras comemos la ensalada que Christian sacó del refrigerador. Si por él hubiera sido, ahora estaría llenándome el estómago con cualquier cantidad de carbohidratos, proteínas, grasas… De nuevo dice que estoy adelgazando demasiado. Fastidioso Cincuenta.

Tomo mi copa de Reisling y le doy un sorbo mientras intento decidirme de una buena vez. Es dulce y delicioso. ¿Lo abordo? ¿Me quedo callada? ¿Espero un poco? Joder, se trata de mi irritable marido, no de la ira de Dios.

Claro que lo diré.

–Kate se echó a llorar cuando te fuiste con Phoebe –comento levemente.

Christian suspende el tenedor a centímetros de su boca por un segundo, luego decide seguir comiendo como si no le afectara lo que acabo de decirle. Mastica con lentitud, da un trago a su copa, se limpia la boca con la servilleta y me mira.

–¿Lo hizo? –su tono y su semblante son dos perfectas máscaras, no puedo siquiera adivinar qué está pensando.

–Sí. Creo que tu acusación de ser una mala amiga realmente la afectó.

–A mí me afecta que siempre abra la boca cuando menos lo necesitamos –replica.

–Lo sé. Ella es sólo un poco… –hago un gesto vago con la mano mientras busco la palabra adecuada.

–¿Irritante? ¿Entrometida? ¿Insensible?

Da otro trago al Reisling. Ahora sí está enfadado.

–Sólo dime, Ana, si alguna de las cosas que le dije fue mentira y te prometo que me iré ahora mismo a pedirle disculpas en persona –me fulmina con sus ojos grises acerados en tanto su tono filoso y susurrante me hace estremecer. Se levanta, recoge nuestros platos y los lleva al fregadero, tomándose un momento para calmarse.

Aprovecho la oportunidad para hacerle un examen visual rápido. Los hombros están rígidos, parece que por la columna le atraviesa una vara de metal y sé sin lugar a dudas que si justo ahora le sigo presionando, va a explotar. No voy a darme por vencida con esto, pero por esta noche quizá es suficiente.

Me remuevo un poco en la banqueta. Bueno, pasemos al segundo tema de la agenda.

–¿Qué era lo que discutías hoy con Taylor?

Los músculos de la espalda se le contraen, pero no responde.

–¿Christian?

No se mueve.

Venga, atácalo con la artillería pesada, pica mi subconsciente.

–Dijiste que me lo contarías –le reprocho.

Suspira pesadamente y se da la vuelta. Se acerca a la isla, manteniéndose frente a mí pero del otro lado. Vagamente me pregunto si la tensión en su rostro debería preocuparme o parecerme natural en él.

–¿Recuerdas aquel texto que recibiste?

Parpadeo un par de veces sin comprender. ¿Qué texto? ¿Suyo? ¡No, idiota! ¡El de la amenaza!, mi subconsciente pone los ojos en blanco tan exageradamente que deseo que se le queden atorados así para que aprenda a no fastidiarme. Vuelvo mi atención a Christian ahora frunciendo el entrecejo.

–Sí.

¿Por qué siento que mi estómago se está preparado para recibir un golpe?

–Bueno, hice que lo rastrearan con la esperanza de que el autor del mensaje fuese lo suficientemente estúpido como para no activar una protección anti rastreo…

–¿Eso existe? –salto, interrumpiéndolo. Jesús, creo que investigaré un poco más acerca de eso.

Christian me lanza una mirada de censura que ya sé lo que viene a decir: "ni creas que tú vas a poder escapárteme entre los dedos con semejante truco". Aprieto los labios y asiento para que continúe.

–Sí, existe –entrecierra los párpados–. En fin. Barney y Welch se pusieron a investigar y ayer por la tarde el dispositivo finalmente apareció en el radar. Eso enseguida disparó las sospechas de mi equipo; ¿por qué se dejaba detectar justo ahora? ¿Sería descuido del dueño o algo planificado? Como sea, les pedí que me dieran su ubicación exacta y… resultó ser que estaba a la entrada del Grey House.

Mis ojos se abren tanto que si no estuviera tan impactada, podría temer que se me cayeran del rostro. Santa mierda, en el edificio de Christian.

–¿Quién lo tenía? –pregunto apenas con un hilillo de voz. ¿Estoy preparada para su respuesta?

Pero él niega suavemente con la cabeza.

–Tan pronto saber eso, los tres bajamos con dos de los guardas de seguridad. Barney traía la Mac desde donde estaba rastreando la señal. Caminamos un poco a través de la entrada y tras una de las columnas lo encontramos. Era un Samsung Galaxy S5, ni siquiera han salido al mercado todavía… –sacude la cabeza con incredulidad–. Los tres nos pusimos guantes quirúrgicos para poder manipularlo sin arriesgarnos a dejar nuestras huellas impresas; aquélla era una pieza importante en la investigación del caso y tarde o temprano tendríamos que remitírsela al agente Rancoff y sus hombres. Welch lo tomó y comenzó a indagar dentro de él, de su sistema, sus aplicaciones y demás buscando cualquier cosa que pudiera llevarnos a cualquier lugar que no fuera el pozo donde estamos ahora… Eso le tomó unos minutos antes de que la pantalla se oscureciera como si la pila hubiese muerto, luego apareció un mensaje en letras blancas. Decía… –niega suavemente con la cabeza y prosigue– Los tres nos quedamos perplejos; como es un tipo de tecnología que ni siquiera ha salido a la venta y que no hemos podido estudiar a fondo, realmente no sabíamos qué hacer. Pero claro, ninguno de nosotros esperó jamás que aquél cacharro tan delgado contuviese un pequeño explosivo de activación por calor, muy sensible. Y claro, mientras Welch lo revisaba se activó el mecanismo.

Me tapo la boca con ambas manos. ¡Una bomba! ¡Quién joder coloca una bomba dentro de un teléfono! ¿En Grey House? ¡Santa jodida, muy jodida mierda! Quiero estirar la mano para coger la suya pero estamos algo lejos y los músculos no me responden. Sólo puedo contemplarlo como una quedada.

–Uno de los guardas de seguridad se dio cuenta a tiempo de lo que era cuando escuchamos el suave "click" dentro del teléfono. Se lo arrebató de la mano a Welch, lo tiró a mitad de la calle y nos empujó detrás de una de las columnas. No te voy a negar que me sorprendió el alcance destructivo de un explosivo que en tamaño no debió ser demasiado grande; quizá su función primaria era causar más alboroto que daños –medita para sí. Sacude la cabeza para eliminar sus erráticos pensamientos y me mira–. Tuvimos que llamar a la policía, al cuerpo de bomberos y desalojar todo el edificio para que se hiciera una inspección minuciosa y completa con el fin de asegurarnos que no había otra de esas malditas cosas oculta por ahí –se pasa una mano por el cabello, lo dientes rechinándole–. Es la segunda vez que se meten con mi edificio, aunque, por suerte, la estructura no sufrió daños importantes.

Me estremezco.

Dios, él tiene razón, ya es la segunda vez. La cosa es que en la primera el ataque le fue dirigido con la única intención de dañarlo, pero ahora… ahora…

–¿Qué decía el mensaje?

–¿Qué? –frunce el ceño. Es evidente que está distraído.

–El mensaje en el móvil antes de explotar, el que apareció en la pantalla. ¿Qué decía?

El cambio es instantáneo. Sus labios se presionan juntos en una fina línea prieta, tensa la mandíbula y al fondo de sus ojos se cierran pesadas compuertas. Es evidente que voy a tener que insistir para sacarle algo.

–Cuéntame, Christian. Ya bastante agradecido deberías estar de que estoy demasiado preocupada por lo que me cuentas como para prestar mayor atención al detalle de que ha pasado un día desde el incidente y yo, tu esposa, vengo a enterarme ahora. Si no me lo dices puedes estar seguro que me voy a enfadar como el infierno –me cruzo de brazos y alzo una ceja. Bueno, Grey, decide.

Leo la batalla que se desata al interior de su cabeza entre la necesidad de mantenerme a salvo y las ganas de cumplir su promesa de contarme más. Luce tan vulnerable y confundido que el corazón se me derrite y todo lo que quiero es correr a acunarlo entre mis brazos asegurándole que todo está bien, que no es necesario que siga. Pero sí lo es, no voy a ceder.

Al final, la contienda de voluntades la gano yo.

–Era una amenaza, Anastasia. Iba dirigida a nosotros –suspira. Apoya los antebrazos en la superficie de la isla, se coge las manos y baja la cabeza, abatido.

Me estiro para tomar uns mano en la mía y darle un suave apretón. Por favor, Christian, dime, le ruego silenciosamente cuando el gris tormenta se posa sobre el azul. Él me devuelve el apretón, sólo que a diferencia mía no afloja.

–Decía: "En un juego de ajedrez, el rey se hace objetivo cuando la reina queda fuera de combate. Cuide a su dama, sr. Grey".

miércoles, 12 de febrero de 2014

Capítulo 8: No estamos jugando

Pues sí, sí lo fue.

Christian no me dirigió la palabra al llegar a Escala. Ni siquiera me dirigió esa mirada oscura y preadadora de la que siempre me hacía blanco en el ascensor. Pude sentir en todo momento la silenciosa ira barriendo por todo su sistema hasta casi intoxicar el aire a nuestro alrededor. Tampoco me tocó cuando entramos al penthouse y me siguió en silencio hasta el piso de arriba, a la nueva alcoba de Phoebe.

Gail había alimentado a mi hija y la había acostado. Mi princesa de ojos azules dormitaba tranquilamente en su cuna, y resultó ser una visión tan hermosa que los ojos se me inundaron en lágrimas. Christian quizá se conmovió observándonos, pero no reaccionó, ni siquiera cuando le dije que a partir de mañana quería dormir en la misma habitación que Phoebe. Se limitó a asentir observándome con sus profundos ojos grises.

La cena transcurrió en silencio también. Toda esta actitud suya estaba comenzando a fastidiarme ya, pero consideré prudente no molestarlo porque, hasta cierto punto, él tenía la razón…

¿La razón? ¡Y un cuerno!

Cuando me desperté a la mañana siguiente y me levanté para ir al baño, algo pesado cayó, haciendo un ruido sordo que me hizo fruncir el entrecejo y mirar al suelo. Bueno, mi sorpresa fue de película cómica cuando descubrí que era una especie de cuerda gruesa hecha de tiras de cuero entrelazadas, una de sus puntas amarrada con firmeza a la pata de la cama y la otra a un grillete de cuero alrededor de mi tobillo.

¡Un grillete!

¡Christian me puso un grillete! ¡Cumplió su amenaza de encadenarme! ¡Lo hizo mientras dormía, eso es seguro! ¡Maldito él y sus jodidos juguetes!

Atónita, enojada como el diablo, probé el amarre de la cuerda tanto a la cama como a mí, y en ambos era firme y fuerte. Él era bueno haciendo nudos. Medí con los brazos la longitud de la cuerda, aunque no me costó suponer que tenía el largo exacto para permitirme deambular por el cuarto y el baño pero no más allá.

¡No lo podía creer!

–Buenos días –resonó su voz suave y cautelosa.

Le lancé una mirada fulminante. Él acabó de sentarse con el cabello revuelto y sólo los bóxers puestos.

–De buenos nada, Christian. ¡Desátame inmediatamente! –exigí cruzándome de brazos y siguiéndolo con la vista.

Se puso en pie con calma, se peinó el cabello con las manos y me miró. Demonios, él estaba tan caliente así, semidesnudo, y el condenado lo sabía… sabía el efecto que verlo así tenía en mí. Pero esta vez no.

Se me quedó mirando un rato, y la paciencia se me iba agotando.

–¿No me escuchaste? ¡Este no es un juego! ¡Desátame!

Esbozó una lenta, oscura, sensual y maliciosa sonrisa de venganza. ¡Claro, todo era por la venganza! ¿Venganza a que, exactamente?

–Lo sé, sra. Grey. No estamos jugando, y precisamente por eso no necesito tu consentimiento.

–Christian, estás pasándote del límite. Basta.

–¿Yo me estoy pasando del límite? ¿Me dices basta a mí? Yo no soy el que anda por ahí recién operado y haciendo el idiota buscando sólo que me pase algo grave –siseó.

Ah, conque era eso.

–Eso no lo sé –atajé–. Como no me dices nada no sé si corres o no peligro.

Entrecerró los ojos.

–No vas a volver a salir sin mi permiso –declaró triunfante.

–Estás siendo infantil.

–¿Querer cuidar a la mujer que amo es ser infantil?

Vaya, touché. Descrucé los brazos, permitiéndome tranquilizar un poco. Pero sólo un poco.

–De este modo, sí.

–Tú no me has dejado más opción –vino hasta mí, me cogió la cara y me besó con ganas antes de apartarse–. Cuando todo se resuelva te soltaré.

–No, me soltarás ahora si sabes lo que te conviene. No puedes sólo mantenerme encerrada contra mi voluntad porque, aunque sea tu esposa, eso se llama secuestro.

–¿Me denunciarás con la policía? –esbozó una media sonrisa. ¡Esto no es un juego!

–Si tengo, lo haré.

Ladeó la cabeza y me observó con ese aire implícitamente burlón que por lo general intentaba contener cuando sabía que yo estaba enojada.

–Dejaré el teléfono fuera de tu alcance –declaró al final.

–¡Christian! ¡Suéltame o se lo diré a Grace!

Su sonrisa desapareció.

–¿No te parece que estamos un poco grandes para que tengas que acusarme con mi madre?

–No si te comportas como un jodido crío malcriado –gruñí. En ese momento comencé a comprender qué se sentía que se te calentara de furor la palma de la mano, y si Christian no tenía cuidado…– Con esto jamás vas a lograr que me someta a ti.

–Igual no creo que lo consiga nunca –repuso encogiéndose de hombros–, por lo que tenerte o no encadenada dudo que suponga mayor diferencia. Y para la buena salud de mis nervios, me gustas más con tu tobillo unido a mi cama.

Explota, Ana. Detona. Es momento de que estalles con la nuclear ira Grey, ahora que eres una, mi subconsciente se sentó y cerró su libro dejándolo sobre su regazo; los ojos por detrás de los cristales de las gafas de media luna relucían con un brillo enojado y vengativamente emocionado.

Quizá ella tuviera razón.

–¡NO SOY TU SUMISA! –escupí con todo el esplendor del creciente borboteo de mi sangre hirviendo a tan sólo un grado por debajo de la temperatura del infierno. Él se quedó pasmado, las cejas se le dispararon con sorpresa y en sus ojos grises vi tanto la ira como el dolor reflejados.

–No, Anastasia. No lo eres –su voz fue un murmullo que me costó escuchar–. Y ya no pretendo que lo seas.

Me rodeó, se metió en el baño y entonces cerró la puerta, dejándome aturdida, enfadada y frustrada. ¡Jodido Cincuenta!

Me senté en la cama con el pulso palpitándome furiosamente en las sienes y el estómago revuelto. Creo que me pasé. Christian ha sido un esposo maravilloso, aún controlador, pero… En mi defensa, estaba enojada, terriblemente, me molesto cada vez que Christian quiere recluir mi libertad y se muestra demasiado obtuso como para entenderlo.

Jesús, yo y mi bocota.

Cuando salió, se metió en el vestidor sin dirigirme siquiera una palabra. Decidí darle su espacio. Al poco regresó ya vestido con un impecable traje gris y su porte de caliente y temible Gerente General.

–Lamento hacerte sentir como una sumisa, Anastasia. Pero para mí tú no eres eso –dijo a media voz, mirándome intensamente con sus atribulados ojos grises. Se notaba en la mueca de su boca y la tensión en la mandíbula que mis palabras realmente hicieron mella en él. Quizá incluso pude haber despertado cierta paranoia suya a creer que me iré…

¡Oh, Dios, Christian!

–No, yo lo siento –murmuré tímidamente mientras me retorcía las manos–. No me siento como una sumisa, ya no. Es sólo que no me gusta que ejerzas sobre mí tanto control como para incluso impedirme deambular por la casa si no te apetece. Está mal, Christian, ¿no lo puedes entender?

Guardó silencio, pensando.

–Sí, Anastasia, lo entiendo –suspiró, pasándose una mano por el cabello–. La que no parece entender que "salud y seguridad" es igual a "prioridad número uno" eres tú.

–E "información" es "prioridad número dos" –salté con obstinación.

Permanecimos unos minutos frunciéndonos el entrecejo mutuamente hasta que él miró su reloj.

–Tengo que irme.

–Tienes que soltarme.

–Ana… –volvió a pasar sus manos, ambas esta vez, por su cabello. Creí que esta discusión seguiría un poco más, pero luego me di cuenta de que en realidad el muy bastardo estaba intentando contener una sonrisa. ¿De qué se estaba riendo?– Voy a volver más tarde hoy, debo quedarme trabajando en unos negocios hasta las siete más o menos y realmente me gustaría… tener la tranquilidad de saber que estás segura y sin posibilidad de escabullirte.

–¿Es decir que voy a ser una prisionera en el que según tú también es mi departamento? –lo fulminé con mi mirada Grey-Steele recién adquirida.

–Es tuyo –declaró con firmeza–, y sólo será por hoy. Además, aunque te dejara suelta deberías mantenerte en cama y reposar, desde ayer, de hecho –alzó una ceja con acusación–. Así que como de todas formas no piensas moverte, no veo problemas con dejarte el grillete. Creo que te luce.

Esbozó una media sonrisa que ni le llegó a los ojos ni a mí me ablandó.

–Debo verme preciosa como una prisionera –siseé.

–Ten cuidado –advirtió entrecerrando los párpados.

–Ya no me intimidas, Christian.

Me crucé de brazos. Él suspiró, se revolvió el cabello un poco más, se volvió hacia la puerta y dijo:

–Nos vemos en la noche.

Luego salió.

Al menos tuvo la gentileza de bajar la cuna de Phoebe y meterla en el cuarto antes de irse. También me dejó mi laptop, que justo ahora descansa sobre una almohada en mi vientre mientras mi hija duerme plácidamente en su cunita. Tenerla cerca es como un bálsamo, un calmante, pero la indignación por estar siendo tratada como una res o un perro problemático me tiene aún bien cabreada. Recuerdo la fría despedida de Christian esta mañana y decido enviarle un mail para que sepa que también estoy molesta.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 13:45 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Tú
Eres un idiota.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 13:45 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: quizá…
Pero me preocupo por mi mujer.
Christian Grey, Presidente e idiota de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Ruedo los ojos.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 13:46 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Déjame ser
Los niños se hacen rasguños todo el tiempo, y como usted me considera una creo que no hay problema.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 13:48 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: ¿Rasguño?
Normalmente estaría de acuerdo con usted, señora Grey, pero en este caso hay dos problemas con su afirmación.
Primero, así se comporte como una niña desobediente, que lo hace, jamás consentiría rasguños ni marcas de otro tipo en su cuerpo, a no ser que fueran chupones dejados por este humilde servidor. ;)
Segundo, su "rasguño" va de cadera a cadera, así que no intente jugar conmigo.
Recuerde que la amo y la quiero sana.
Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 13:49 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Sus puntos
Me temo que hay varias observaciones que tengo que hacer referente a su correo anterior, señor.
Primero, ni se le ocurra volver a dejarme chupones porque en tal caso me va a conocer con la ira de Medusa y sus poderes incluidos, y lo primero que haría con usted convertido en estatua sería castrarlo. No me provoque.
Segundo, ¿has considerado cambiarte el nombre a "Christian Exagerado Grey Trevelyan"? Porque te aseguro que te quedaría a las mil maravillas.
Tercero, sé que me amas, pero me entristece cuando te comportas conmigo tan distante como esta mañana al despedirte. Recuerda lo que pasó la última vez que nos fuimos al trabajo sin hablarnos.
Yo también te amo, y por eso no soportaría que algo te pasara.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

Pulso la tecla enviar y me arrepiento enseguida. Maldición, no quiero recordarle a Christian aquella vez con Jack, Mia y Elizabeth; ya bastante me costó convencerlo de que no fue su culpa.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 13:52 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Elocuente como siempre
Querida señora Grey:
Aún recuerdo el poderoso brazo que tiene y lo bien que puede lanzar con él, no se me ocurriría volver a dejarle chupones. Además, le aseguro que me gusta tanto lo que tengo entre las piernas que ni hecho de inanimada piedra quisiera perderlo.
Más allá de eso, no. Es una lata burocrática cambiarse los nombres, y el mío ya tiene cierta resonancia como está, así que me lo quedo. Aunque gracias por la sugerencia.
Lamento ser el causante de su tristeza (de nuevo). Leer sus palabras me ha hecho sentir ruin y un esposo maltratador. Acepte mis más sinceras y sentidas disculpas y la promesa que le hago de tratar de ser un poco más comprensivo con usted; le pido me tenga la misma consideración, además de un poco de paciencia.
Te amo muchísimo. Eres la mujer más fascinante, hermosa y maravillosa del mundo entero, incluso cuando haces que casi me den ataques al corazón.
Christian Grey, locamente enamorado de su esposa Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
PD: Quítate la Mac de la herida, Anastasia.

Mi corazón se derrite al leer sus sinceras palabras. Oh, Christian.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:00 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Yo jamás podría decir eso
Queridísimo esposo mío:
No pienses ni por un segundo que eres ruin o maltratador, porque no es verdad. Eres obsesivo, controlador y mandón, pero sabes que así es como te amo y jamás te cambiaría. Tienes un carácter algo explosivo, pero es evidente que yo no ayudo con eso, y es porque me siento inútil, innecesaria, dejando que tú resuelvas todo mientras yo atiendo a nuestra hija como si nada estuviera ocurriendo. Entiéndeme, por favor, no puedo.
Te amo, y eso es independientemente de lo que hagas.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.
PD: Ya me la quité de encima, no te sulfures.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:03 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Lo sé
Sé cómo te sientes y que quisieras estar más involucrada, pero mi instinto protector y el amor que te profeso, amada esposa, me impiden entrometerte aún más porque jamás haces caso y nunca haces lo que yo espero. Tu comportamiento es la máxima expresión de descontrol a la que puedo enfrentarme, y en ocasiones me atemoriza, no te lo voy a negar. Sin embargo, prometo intentar ser más comunicativo contigo, sólo ten piedad de mí cuando decidas atacarme con tus preguntas.
X Christian.
Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

¡Sí, más información!

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:04 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Gracias
Sólo eso quería, saber un poco. Te lo agradezco. Quiero ser tu compañera, no tu esposa trofeo (sé que no es el caso, sólo me expreso). Yo también me preocupo, por ti, por mis hijos, por mi familia, por Gail, Taylor y todos los demás.
Por mi parte prometo tratar de ser más dócil y… comprensiva contigo.
xx Ana.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:04 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Creo que eso ya lo escuché antes
La última vez que me prometiste eso acabaste con una fractura de cráneo, unas costillas magulladas, el cuerpo lleno de moratones y casi un día inconsciente en un hospital.
Entenderás que tu promesa no me tranquilice mucho.
Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
PD: El día que te sientas como una esposa trofeo, daremos un vuelco de 180°. No quiero que pienses que lo eres, porque no es así. Jamás lo permitiría.

Por Dios, ¡él jamás lo va a olvidar! Quizá omite deliberadamente el detalle de que salvé a Mia, pero cómo acabé después no.

Meneo la cabeza, exasperada. Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta, ¿qué demonios voy a hacer contigo?

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:06 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Lo entiendo
¿JAMÁS LO OLVIDARÁS?
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:06 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Mayúsculas CHILLONAS
Por supuesto que no, Anastasia.
Christian Grey, Presidente cabezota de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Aprieto los labios, frustrada. Miro a Phoebe a través de la malla que actúa de cerca en su cuna y me decido. Nada tengo que perder, y él estará allí para evitar sufrir un ataque al corazón.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:08 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Te diré algo
Estuve pensando un poco esta mañana en mi lujosa cárcel con baño.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:08 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Esto NO puede ser bueno
¿En qué estuviste pensando?
Christian Grey, ciudadano francamente aterrorizado y Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Su respuesta me hace sonreír y poner los ojos en blanco a la vez.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:09 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Selección
Quisiera que me llevaras a una joyería para escoger un par de zarcillos para Ava. Sí recuerdas que el domingo nos vamos a reunir todos en Escala, ¿verdad?, pues quisiera regalarle algo. Sé que estás enfadado con Kate, pero la niña es tu sobrina. ¿Qué dices? Además… también quisiera elegir los primeros de Phoebe, aunque aún sea muy pronto.
Tu Ana.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.
PD: Nota, por favor, que TE PIDO A TI que me lleves, lo que significa que vendrás conmigo.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:10 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Por Ava/ ¿Qué tramas?
Me parece una buena idea. ¿Qué día quieres ir?
Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Aprieto los labios. El domingo la casa Grey va a convertirse en un campo de guerra silencioso. ¿Y cómo sabe que me traigo algo entre manos? ¿Acaso hasta por correo le resulto tan evidente?

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:10 pm
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Tramar, yo?
Me gusta el sábado.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:11 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Sí, tramar. Tú
A mí también.
Christian Grey, perspicaz Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Me quedo mirando la pantalla sin verla realmente. Bueno, la primera y quizá más difícil fase del plan está lista. Ahora sólo falta trazar y arreglar el resto de los detalles. Quizá, con un poco de suerte, Christian no se dé cuenta de lo que intento.
Un nuevo correo entra en mi bandeja.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:16 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: Una cosa más…
¿Estoy perdonado por la falta de afecto de esta mañana?
Christian Grey, arrepentido Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Oh, el Christian humilde que siempre me derrite el corazón. ¿Cómo puedo resistirme a él?

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:16 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Me lo pensaré
Ya lo hice. Por supuesto :)
Pero sólo si esta noche me lo compensas ;)
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:16 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: La respuesta es no
Ni hablar. No llevas ni dos días operada y ya te esforzaste más de lo que deberías. Si me quieres encima de ti, recupérate antes.
Christian Grey, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Hago un puchero. No es justo.

De: Anastasia Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:17 pm
Para: Christian Grey
Asunto: Injusto
Bueno, quizá cuando me recupere tampoco te deje que me toques.
Anastasia Grey, coordinadora editorial y Presidenta de Grey Publishing.

De: Christian Grey
Fecha: 30 de mayo, 2014. 14:17 pm
Para: Anastasia Grey
Asunto: ¿Es psicología inversa?
No se trata de ti, nena. Cuando estás conmigo tu cuerpo toma el control, y él no se me resiste así como yo tampoco me resisto. Es cosa sencilla. Además, sabes que me encantan los retos cuando tú me los planteas.
Estás jugando contra un maestro.
Christian Grey, experto en las artes de la seducción y el sexo, Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Oh, sí, eso lo sé bien. Un maestro que no duda en utilizar sus habilidades de dios del sexo como arma contra mí cada vez que puede, y cada una de ellas yo sucumbo como una tonta. Me quedo mirando la pantalla con el entrecejo fruncido. Arrogante hombre difícil, algún día me le resistiré, y ya verá con quien se mete. 

¡JA! Mi diosa interior y mi subconsciente sueltan una estridente carcajada a la vez. Las fulmino con la mirada. Par de perras. ¿Por qué no se van a molestar a otra cabeza de vez en cuando y me dejan en paz?

***

Christian me da un suave apretón en los dedos antes de apearse del R8, rodearlo, abrir mi puerta y ayudarme a bajar. Phoebe lo mira con una curiosidad sorprendida, seguro tampoco acaba de creer que semejante Adonis sea su papá. Taylor y Sawyer nos siguen cuando nos dirigimos a la entrada de la pequeña pero lujosísima joyería que Christian escogió para comprar el regalo de Ava. La tienda por dentro es ostentosa, sobria y con un aire algo pretencioso que sin duda nunca me hubiese atraído de haber estado por mi cuenta.

Christian abre la puerta con el sonido de una suave campanada para avisar a los dueños que tienen nuevos clientes, e intercambia unas palabras con Taylor antes de seguirme al interior, donde hay extensas vitrinas exhibiendo todo tipo de brillantes joyas, abultadas butacas doradas y un hombre bajo, regordete y ligeramente calvo que nos observa con una enorme sonrisa de avariciosos dientes blancos. Está que se babea cuando ve a Christian.

–Buenas tardes, señor y señora Grey. Qué placer tan inesperado es tenerlos en mi humilde tienda. –Sale de detrás del mostrador y nos tiende la mano a cada uno, que estrechamos casi a regañadientes–. Mi nombre es Robert Caviallari, y estoy para servirles. ¿Díganme, en qué les puedo ayudar? ¿Una joya para la señora?

Por algún motivo sus sonrisas me desagradan y su insistencia me hace irritar; puede que tenga algo que ver con el estrés, el dolor de la herida que me estoy aguantando con mi mejor cara y la falta de sexo de los últimos días, pero no estoy segura.

Miro a Christian, enfundado en su cara de póquer fría y distante, mientras escucha a Robert cacarear sobre joyas y oro y plata y un montón de cosas más. Sé que está tan fastidiado como yo, pero él lo disimula diez veces mejor. Miro afuera a Taylor y Sawyer, uno junto a la puerta del local y el otro parado al lado del R8; no sé si la vigilancia especialmente seria tiene motivos de ser, pero realmente no quiero pensar en eso. Si estoy aquí es porque tengo algo que hacer.

Me sitúo junto a Christian y éste me rodea la cintura con uno de sus brazos. Le sonrío suavemente a Robert para que sepa que ya ha hablado suficiente.

–¡Válgame!, ¿acaso no es ésta la niña más bella del mundo? –mira a Phoebe y luego a mí, su sonrisa es enorme– Tiene sus ojos, señora.

–Gracias.

Christian se aclara la garganta.

–Señor Caviallari, hemos venido a comprar un par de zarcillos para mi sobrina. Ella tiene cinco meses, así que tiene que ser un material lo más puro posible, como el oro.

¿Oro?

–No me parece lo más seguro que una niña de cinco meses ande con zarcillos de oro, Christian –murmuro–. Yo había pensado tal vez en platino.

–¿Platino? –repite mi marido.

Me encojo de hombros.

–O plata, algo no tal llamativo.

Me mira en silencio, quizá sopesando mi sugerencia, hasta que una lenta sonrisa se desliza en sus esculpidos labios y soy premiada con un beso en la frente.

–Eres tú la que odia las cosas llamativas –me dice con humor.

–No las odio. Me casé con el hombre más llamativo de todos –le sonrío de vuelta.

–Un punto bien hecho, sra. Grey.

–Como siempre, sr. Grey.

Él asiente en acuerdo y volvemos nuestra atención a Robert.

–Algo pequeño, delicado, que no se enganche fácilmente y que no sea muy llamativo –ordena con su tono de suficiencia, echándome una miradita de reojo, y hasta puedo decir que sonríe.

Robert asiente, feliz de complacer a el Christian Grey. Se desplaza por la tienda sacado estuches de las vitrinas y colocándolos delante de nosotros mientras Christian, concentrado en su tarea de evaluar la calidad de cada pieza como si realmente supiera algo de joyería, que no me sorprendería en absoluto dado lo competente que es para todo, estudia minuciosamente y casi ajeno a lo demás cada par de zarcillos que nos entregan.

Luego de una media hora debatiendo, nos hemos ¡finalmente! decidido por unos pequeños remolinos de plata que se le verán preciosos a Ava, y unas lágrimas para Phoebe. Christian saca la tarjeta y se la entrega a Robert; también pesca su BlackBerry, frunciendo el entrecejo cuando mira la pantalla.

–Espérame un momento –dice antes de dar media vuelta para salir de la tienda. Antes de que consiga salir del rango de alcance de mis oídos, le escucho un "Welch" que me hiela la sangre. ¿Será sobre Tedd?

Robert regresa con dos cajitas de terciopelo crema y rosa en una mano y la tarjeta de Christian en la otra.

–Vaya, ¿el señor se ha ido? –pregunta devolviéndomelo todo.

–Sólo ha salido un momento a responder su teléfono.

–Ah, ya veo. –Asiente, y entonces nos quedamos en silencio.

Miro discretamente sobre el hombro. Taylor, Christian y Sawyer están demasiado ocupados en lo suyo como para fijarse en lo que hago, y decido que es ahora o nunca. Me vuelvo a Robert y suavemente, tratando de disimular mi nerviosismo, le entrego el pequeño sobre que traigo en el bolso.

–Quisiera pedirle, si puedo, un favor –murmuro tendiéndole el sobre–. Y preferiría que esto quedara entre usted y yo.

–Por supuesto, señora –me mira desconcertado–. ¿Qué puedo hacer por usted?

–Encontré esto en… uhm, la casa de mi madre y no le pertenece a ella. Quisiera saber si usted podría decirme todo lo que pueda averiguar sobre este pendiente, incluyendo quién lo compró y cuándo.

Robert abre el sobre y lo vuelca para hacer caer el pendiente de esmeralda. Lo sostiene entre sus dedos, le da vueltas, lo examina, en tanto la frente se le arruga por la concentración.

–Es una pieza de alta calidad. Aunque no sé si pueda averiguar lo que me pide de ella, señora. Verá, aunque ésta sea una tienda pequeña, los pedidos que nos hacen nos toman bastante tiempo de elaboración y…

Puras tonterías, eso es lo que dice. Huelo a un interesado cuando lo veo, creo que eso es algo que he aprendido de Christian, de modo que sé cómo enfrentarme a sus contratiempos.

–Le daré veinte mil dólares si puede hacerlo para el lunes a más tardar –lo corto, nada dispuesta a escuchar sus excusas tontas.

Interrumpe sus incoherentes balbuceos, los ojos abiertos de par en par. Vuelve a echarle un vistazo al pendiente antes de decir:

–Bueno, creo que podría delegar a alguien los pedidos de esta semana para encargarme de su trabajo especial, sra. Grey –me dedica una amplia sonrisa roedora.

Sí, por supuesto que lo harás.

–Se lo agradezco. Al interior del sobre hay una dirección de correo electrónico a la que puede enviarme lo que averigüe.

–De acuerdo.

Guarda el pendiente en el sobre y éste, a su vez, al interior de su chaqueta.

Christian regresa.

–¿Listo, Ana?

Se guarda la tarjeta en la billetera, coge las dos cajas y me mira.

–Sí –asiento. No puedo evitar querer sacar a Christian de aquí lo más pronto posible. Robert y yo intercambiamos una mirada cómplice y sé que no dirá nada.

–¿No quieres algo para ti? –me pregunta acariciando mi mejilla con sus nudillos de una forma tan suave y delicada que, por alguna razón, enseguida pone en guardia a mi diosa interior.

Niego con la cabeza.

–Estoy bien, sólo quiero ir a casa –respondo mordiéndome el labio inferior.

Sus ojos se oscurecen enseguida de esa ardiente manera que me hace sucumbir a mi libido. ¡A casa!,chilla como una niña pequeña mi diosa interior, olvidándose del minúsculo pero molesto detalle de que para Christian justo ahora estoy hecha de cristal.

–De acuerdo –murmura con su voz deliciosamente ronca.

Nos despedimos de Robert, nos tomamos de la mano y replegamos nuestras tropas de inteligencia, las visibles y las que no lo son, al interior de cada auto mientras Christian enfila el camino de regreso a Escala, curiosamente, de muy buen humor. ¿Por qué será? Quizá, pienso, tiene algo interesante para hacer en mente.

martes, 11 de febrero de 2014

Capítulo 7: El pendiente

Salimos al pasillo cuidando nuestros pasos para que no se nos escuche. Los hombres están reunidos en la oficina de Taylor con la puerta entreabierta, por lo que puedo decir sin miedo a equivocarme que probablemente estarán lo suficientemente entretenidos hablando como para concedernos a Kate y a mí unos pocos minutos antes de que alguno salga a asegurarse cómo estamos. 

Llegamos a la cocina, Gail está preparando unos bocadillos.

–Señoras Grey –sonríe–. ¿Puedo servirlas en algo?

–De hecho, quiero pedirte un favor –le digo, acercándome lo suficiente como para sólo ella me oiga. Kate está haciendo de vigía.

–Lo que requiera, señora –repone parpadeando con recelo.

–Necesito que cuides a Phoebe hasta que regrese.

Le tiendo a mi pequeña hija antes de que tenga oportunidad de retroceder y evadirme. Gail suelta la cuchara que lleva en las manos para coger con cuidado pero firmeza a la niña. Su expresión es de desconcierto y alarma.

–¿Hasta que regrese de dónde? –llama.

–Si te lo digo, Christian lo sabrá. –Hago mi camino alrededor de la enorme isla hacia Kate–. Lo siento. Y gracias.

Antes de que una de las tantas cosas que pueden salir mal, salga mal, Kate y yo nos apresuramos a bajar en el ascensor y entrar a su coche sabiendo que el timbre de llegada del elevador tuvo que haber alertado a Sawyer, de modo que no tenemos tiempo qué perder. Cierro mis ojos por un momento y respiro; mis brazos se sienten extrañamente vacíos sin Phoebe.

–Ana, ¿estás bien?

Miro a Kate desde el lugar del acompañante de su Mercedes CLK mientras se pone el cinturón. Tiene las cejas fruncidas con preocupación. Sé que no le parece buena idea que salga de casa después de habérseme practicado una cesárea, y en otras circunstancias yo estaría de acuerdo con ella, pero ahora eso no es importante. Al menos no lo más importante.

–Sí, no te preocupes. No vamos a estar demasiado, sólo quiero echar un vistazo. –Y con algo de suerte quizá volvamos antes de que Christian enloquezca al enterarse de que me fui.

Kate coge mi mano y le da un suave apretón. Pone el coche en marcha y pronto dejamos atrás Escala, a Carrick, Elliot, Ava, Sawyer, Gail y mi pequeña Phoebe. Mentalmente me digo que ella está mejor allí que con nosotras.

El suave sol de la mañana ilumina los caminos de Seattle y los altos edificios de acero de porte imponente. Por las ventanas puede verse un suave viento agitando las copas de los árboles con una gentileza casi maternal. Las grandes casas con sus extensos jardines parecen todavía sumergidas en la bruma de una tranquila noche de sueño, todas ellas ajenas a la pequeña nube negra que parece seguirme constantemente sin parar de granizar y lanzar rayos sobre mi cabeza.

Kate frena suavemente ante el enorme portón que guarda mi casa; le doy la clave, que ella ingresa en el teclado numerado, y nuevamente vamos andando. Desde fuera mi hermosa casa parece tan majestuosa y tranquila como siempre. Recuerdo el día que Christian me trajo para admirar las vistas y contarme su intención de comprarla para nosotros, si accedía a casarme con él. Casi no puedo creer que pasen más de dos años de eso.

Kate y yo nos reunimos ante la puerta principal. Meto la llave en la cerradura y entramos. Un estremecimiento me recorre la espalda cuando tengo una primera vista de todo; las cosas parecen normales, todo está en su sitio y extrañamente más limpio de lo que esperaba pese a que una película de polvo cubre gran parte de los muebles de madera y los adornos. El silencio me abruma, se siente como si estuviera invadiendo propiedad ajena, como si no debiera estar aquí. Y es probable que así sea. 

Deambulo lentamente por entre las habitaciones, los sofás…, reviviendo cada recuerdo y preguntándome qué exactamente esperé encontrar al decidir venir aquí.

Entonces lo recuerdo.

–Subamos –le digo suavemente a Kate iniciando el ascenso por las magníficas escaleras sosteniéndome firmemente del barandal.

En el rellano superior ya la cosa es distinta. La atmósfera pesa sobre mí como si estuviésemos a tres mil metros sobre el nivel del mar. Me paro en el pasillo entre dos puertas mientras las observo alternativamente; una da a mi habitación y la otra a la de Teddy, y sólo ahora me percato de la gran distancia que hay entre ellas. Decido internarme primero en mi recámara, guiada por la curiosidad de saber si mis objetos destrozados siguen allí, aunque con Christian involucrado lo dudo seriamente.

No hay nada. El cuarto parece impoluto. Paseo la mirada por todas partes, desde la cama hasta el armario y la cómoda, a medida que una surrealista sensación de desligue me aborda; algunos objetos personales de Christian siguen en su sitio, incluidos ropa, zapatos y pocos implementos de tocador. Quien viniera por acá a ver el estado de la habitación podría pensar que pertenece a un hombre que no ha acabado de mudarse, un hombre soltero. Es extraño, como si todo rastro de mi presencia en la habitación hubiera desaparecido, hubiera sido borrado, y es como… ya no pertenecer más a la vida de Christian, o como si nunca hubiera pasado por ella.

Los ojos se me humedecen.

No pienses así, Ana, me repito con firmeza. Esto no significa nada, Christian está contigo.

Salgo y me encamino a la habitación de Teddy. Allí el nudo que tengo en la garganta no hace más que apretarse. Dios, recuerdo esa maldita noche, y creo que hasta puedo en cierta medida entender cómo se debió sentir mi Cincuenta al no poder proteger a la puta adicta al crack, porque yo me siento de la misma manera. Entro suavemente, repasando todo el mobiliario con las manos mientras tengo la cabeza en otro sitio, aunque no sé cuál exactamente. Llego ante la cuna y una lágrima se me escapa. ¡Jesús!

–¿Ana?

Me vuelvo y veo a Kate parada en la entrada, dudosa. Asiento levemente para que sepa que puede entrar. Ella hace lo mismo que yo: se da un breve recorrido por la habitación antes de detenerse ante la ventana y comprobar que la cerradura no hubiese sido forzada, aunque Christian ya lo investigó y todos sabemos que así fue: la violentaron.

Miro abajo al interior de la cuna donde yace la manta favorita de mi hijo. Me agacho haciendo una mueca de dolor y la cojo para llevármela a la cara. Demonios, aún huele a mi bebé, y está tan suave como a él le gusta. Mi hombrecito voluble, como su padre…

–¿Qué fue eso? –Kate se voltea y me mira.

Yo también lo escuché, un tintineo metálico. Reviso el suelo a mis pies, y un poco más allá en dirección a la puerta ambas descubrimos un pedazo de metal brillante. Kate se acerca y lo coge, yo me acerco a ella para inspeccionarlo. Es un pendiente de plata o platino retorcido como un rizo, con una esmeralda en forma de lágrima incrustada en un colgante.

Kate y yo intercambiamos una mirada que viene a significar lo mismo.

–Eso no es mío –murmuro.

–¿Crees que sea de la secuestradora? –pregunta con los ojos muy abiertos. Yo debo verme igual.

Una secuestradora. Santa mierda. Es decir que quien tiene a mi niño es una mujer. Recuerdo que golpeé al intruso en un costado del rostro, por lo que el pendiente debió habérsele caído y acabar debajo de la manta de Teddy que Christian y sus investigadores seguro no consideraron importante por algún motivo. Pero en serio, ¿a quién se le ocurre entrar en una casa a secuestrar un niño con joyas encima? Alguien bastante pretencioso, en todo caso.

Pero entonces… ¿qué mujer se llevó a Teddy? Sé que no debería sacar conclusiones apresuradas, pero no puedo evitar pensar en todas las ex de Christian; alguna debe estar lo suficientemente loca o trastornada como para querer castigarme por casarme con él. O quizá son varias. Recuerdo lo que dijo la amiga de Leila, otra ex de Christian, sobre un club sub o algo así, una especie de hermandad de ex sumisas de mi marido… ¿Y si ellas la crearon para sacarme del camino y tener una nueva oportunidad con él?

Santa jodida mierda.

Deberías ser escritora de ficción, se te da muy bien inventar teorías conspiratorias, me espeta mi subconsciente poniendo los ojos en blanco y pasando una página de su libro: El psicoanalista. ¿Qué hace ella leyendo a John Katzenbach? Quizá es por su culpa que ando tan imaginativa.

Pero si no se trata de lo que pienso, ¿qué es entonces?

–¿Acaso crees…? –Kate me mira con los labios fruncidos y sé que ella y yo vamos por la misma línea de pensamiento.

Su móvil suena.

–Hola, nene.

Es Elliot, sin duda.

Le quito el pendiente y lo examino más de cerca. Yo no soy ninguna experta en joyería ni mucho menos, pero me parece que no hace falta serlo para notar la delicadeza del detalle de las bandas que sostienen la esmeralda, lo perfecto del corte en forma de lágrima, lo sencillo y elegante del platino y la curva que da… Esto tiene que pertenecer a alguien con dinero, pero entonces, si es una ex, pudo ser un regalo de Christian; aún recuerdo lo que me decía cuando me quería de sumisa, eso de que tenía mucho dinero y quería gastarlo en mí, le complacía gastarlo en mí. Por consiguiente, ¿por qué no haberlo hecho con las otras?

¡Oh, por favor, NO! El pensamiento me pone enferma.

–¿Qué tan enfadado?

La voz de Kate llama mi atención. Si de enfado habla debe referirse a Christian.

–Bueno, dile que se tranquilice –replica–. Voy a llevar a Ana de vuelta… ¿Cómo que ya viene en camino?

Escuchamos unos neumáticos detenerse ante la casa. ¡Demonios, ya está aquí! Le lanzo una aturdida mirada a Kate.

Joder, esto va a ser malo, y lo peor es que no hay dónde esconderse.

–Ya está aquí –dice ella a Elliot–. Sí, hablamos después –y cuelga.

Ella me mira intensamente unos segundos mientras escuchamos sus pasos en el piso de abajo; finalmente se coloca ligeramente por delante de mí como para protegerme de la primera oleada de ira Grey. ¡Protegerme! No creo que eso sea posible.

–¿Le mostrarás el zarcillo? –me pregunta en voz baja.

Miro mi mano cerrada en torno a la mayor pieza de evidencia que podríamos tener del caso, y decido que si se la doy a Christian es lo último que sabré de ella. Me la guardo en un bolsillo de la chaqueta.

–No –murmuro.

Ella asiente.

Christian Grey, Gerente General de Grey Enterprises Holdings, Inc., también conocido como mi caliente, controlador, sobreprotector y justo ahora enfadado como el infierno marido, cubre con su fuerte y firme constitución el hueco de la puerta. Tiene las piernas separadas, los brazos cruzados y una ardiente mirada valorativa que pasa calmadamente de Kate a mí y de nuevo a Kate. Sus ojos despiden un brillo asesino cuando se posan en mi amiga.

Nos contemplamos en silencio, cuatro ojos contra dos que poseen más fuerza que la de un ejército entero. La acostumbrada energía magnética que pulula en el aire cuando Christian y yo nos hallamos en la misma habitación, me llama, me insta a salir de detrás de Kate y plantarme frente a él, aunque esté jodidamente muy enojado. En su precioso rostro pareciera haber una máscara de hierro, y eso hace que me estremezca.

–¿Tienes miedo de que te pegue, Anastasia? –pregunta con calma, su voz tan medida y fría que Kate y yo nos sobresaltamos.

¿Qué?

–¿Piensas que te voy a golpear? –insiste, respondiendo a mi desconcierto.

Me humedezco los labios pasando la lengua por encima. Mierda. Esto es malo.

–Nunca –niego con la cabeza como para reforzar mi respuesta.

–Entonces creo que no hay razón para que tu amiga tenga que actuar de barrera entre nosotros –ladea la cabeza y levanta una ceja hacia Kate. Oh, enfadado es poco.

–Elliot me dijo que estabas molesto –se defiende ella con la voz ligeramente empequeñecida. Hasta la tenaz señora Grey sabe cuándo es mejor ir de bajo perfil.

–¿Y creíste que descargaría mi ira sobre mi esposa? –su tono es suave como un guante de seda.

Kate se muerde el labio y no responde. ¡Kate, eso es lo peor que pudiste haber hecho! Seguro está pensando en Christian el dominante y su peculiar pero antiguo gusto por infligir dolor. ¡Kate, él jamás lo haría sin mi consentimiento!

Él da un paso e instintivamente yo retrocedo hasta dar de espaldas contra la cuna.

–Jamás, y escúchame bien, Katherine Grey, jamás me atrevería a dañar a Ana intencionalmente –sus ojos grises queman tanto que siento que voy a entrar en combustión espontánea. Ojalá Kate cerrara la boca, pero ahora que ha empezado no terminará tan pronto.

–Pero es lo que estás haciendo al no contarle las cosas que haces y averiguas respecto a Teddy. Tenerla como la tienes, trastornada y en la ignorancia, pretendiendo que puede quedarse tranquila mientras su hijo está quién sabe dónde demonios, no hace más que lastimarla –le increpa con renovado ímpetu.

¡Maldición, Kate, cállate!

Miro a Christian, que tiene la mandíbula apretada y las manos convertidas en puños temblorosos a cada lado del cuerpo.

–Lo que haga o no con el caso de mi hijo no es asunto tuyo –espeta.

–¡Claro que lo es! Theodore es mi sobrino.

–Y yo soy su padre, y como tal decido lo que es mejor para mi familia, incluyendo a mi esposa. –Se pasa ambas manos por el pelo, frustrado.

Decido intervenir.

–Christian, no te enfades con Kate. Le pedí que me trajera porque necesitaba… –la voz me falla, ¿qué le puedo decir? ¿"Necesitaba apersonarme en nuestra casa porque tú no quieres contarme nada y no puedo respirar en paz sabiendo que me mantienes en la oscuridad"? Miro la manta entre mis manos, consciente de que él también la observa.

Escucho su suspiro y me obligo a mirarle de nuevo. Su mirada aún quema en rabia, pero la expresión se le ha ablandado.

–Anastasia, ¿por qué tienes un instinto de preservación tan… débil? Estás recién operada, maldición, tienes que estar de reposo –frunce el entrecejo–. Katherine debería haber sabido lo peligroso que esto es para tu salud; ¿qué es lo que quieres, que te interne de emergencia en un hospital mientras intento resolver el problema con nuestro hijo? Se supone que tienes que tratar de ayudarme, ¡pero no lo haces!

–¡¿Cómo te voy a ayudar si no me dices nada?! –exclamo, también sucumbiendo a mi carácter.

–¡Quedándote donde sé que estás a salvo podría ser una buena forma! –replica.

Suspiro. Hay tantas cosas que me gustaría reclamarle y gritarle, tantas cosas que me gustaría decirle… pero no aquí ni delante de Kate.

Mantengo su mirada de ojos grises y tormentosos hasta que mi cansancio mental y físico sucumbe al poder de su YO dominante y mandón. Él se da cuenta, alarga una mano en mi dirección.

–Vamos. De regreso a Escala –ordena.

Sé que no tengo más remedio y por ahora ya vi todo lo que quería ver, además de descubrir algo que no estaba en mis planes. Salgo de detrás de Kate y pongo mi mano en la suya antes de seguirlo por el pasillo, las escaleras y el piso inferior hasta el R8 aparcado detrás del Mercedes. Christian abre mi puerta y entro. Le veo rodear el coche por delante, pero antes de meterse se vuelve a Kate, de pie en la entrada con cara de pocos amigos, y le dice:

–Puedes volver directo a tu casa. Elliot y Ava están ahí.

Se mete, enciende el coche y nos saca de la casa un poco más rápido de lo necesario.

Un silencio terriblemente tenso y estático se posa sobre nosotros; incluso me parece percibir que mi pequeña nube de tormenta particular se está cargando para comenzar a lanzar sus rayos. Lo miro de reojo. Christian tiene la vista fija en la carretera y el semblante tan neutro que cualquiera podría creer que sólo se halla sumergido en sus pensamientos, pero la fuerza con la que sus manos se aferran al volante lo traiciona. En cierta forma me alegra que el encuentro inicial hubiese sido con Kate presente, pero eso no asegura que no estallemos en una cataclísmica discusión luego.

Me muerdo el labio. ¿Debería? Ana, cállate, me advierte mi subconsciente. Respiro hondo.

–No tenías que culpar a Kate de nada de esto, fue idea mía –murmuro.

Christian me echa un vistazo.

–Sí, Anastasia, sí tenía. Tú tienes parte de la culpa, pero Katherine también. Ambas están lo suficientemente grandes como para saber lo peligroso que es pasearte por la ciudad en tu condición, y si fuera una buena amiga lo habría considerado.

Eso fue como una patada al estómago. ¡Kate es buena amiga!

–Ella sabe lo mal que la paso por no saber nada. Necesitaba moverme, Christian.

Aprieta el agarre sobre el volante.

–No me interesa, Anastasia, se trata de tu salud. Y para ya con este tema, te juro que mi humor no es el más adecuado y no quiero que tengamos un accidente –me espeta entre dientes.

¡Dios, pero que mandón insufrible!

Me enfurruño y miro por la ventana a las personas que pasean tranquilamente por la calle despreocupadas, o contrariadas debido a insignificantes problemas que no incluyen un hijo secuestrado, una posible ex sumisa implicada y un marido controlador y desquiciante.

–¿Cómo supiste dónde estábamos? –pregunto de pronto. Dejé mi teléfono en nuestra recámara precisamente para impedir que lo rastreara, entonces… –¿Kate?

Asiente.

¡Por todos los cielos, Christian necesita un perro! No, mejor no. La pobre criatura viviría sin poder respirar en paz al cuidado del obseso del control. Pongo los ojos en blanco. Esto es ridículo.

–¿Acaba de ponerme los ojos en blanco, sra. Grey?

Su voz suave llama algo en lo más profundo de mi vientre, algo oscuro que hace bailar samba a mi diosa interior. Sin embargo, sé que Christian no me tocará hasta que haya sanado "satisfactoriamente", así que algo se trae entre manos. Me giro y lo miro.

–Pues sí, señor Grey. ¿Piensa castigarme?

–Oh, no necesito que me pongas los ojos en blanco para castigarte, Anastasia. Hoy no –aprieta los labios. ¿A qué se refiere?–. Pusiste tu vida deliberadamente en peligro sin tener en cuenta que Phoebe, Tedd y yo te necesitamos, y con eso es suficiente.

–¿Qué planeas hacer? –me vuelvo completamente a él. ¿Estamos jugando? ¿Habla en serio? ¿A qué castigo se refiere?

–Para asegurarme que no vuelves a escapártele a seguridad ni a mí, voy a encadenarte un tobillo a la cama, de modo que sólo vas a poder moverte por el perímetro de la habitación y el baño.

Lo miro boquiabierta. ¡Tiene que ser una broma! ¿Se volvió loco? ¿De veras cree dentro de esa perturbada cabeza suya que voy a dejar que me encadene? Me parece que esta vez no va a pedir tu permiso, señala mi subconsciente lanzándole una mirada a mi diosa interior que, a unos metros de ella, se muerde el labio acongojada. Él no sería capaz, ¿o sí?