domingo, 26 de enero de 2014

Capítulo 2: De vuelta a Escala

Parpadeo suavemente para acostumbrarme a la iluminación reinante. Estoy en una especie de gran habitación blanca, fría, en una cama dura y algo me está pinchando el brazo.

Oh no. De nuevo un hospital no.

Me remuevo un poco tratando de acomodar la postura mientras mi entumecida mente intenta recordar cómo diablos fue que llegué aquí. Estaba Christian a mi lado, luego el pasillo de nuestra casa, un sonido, un encapuchado, un lacerante dolor en la cabeza y en el tobillo, Christian corriendo por las escaleras…

Gimo. Teddy. ¿Dónde está Teddy?

–Shh, Ana, tranquila. No te muevas, estás bien, estás en el hospital.

Parpadeo un poco más y lentamente giro la cabeza a la derecha. Gail, con su cabello rubio recogido en un sobrio moño y su mirada compasiva, acerca la mano y coge la mía suavemente. El que ella esté aquí y no Christian me pone nerviosa.

–¿Dónde está Christian? –pregunto, mi voz pastosa.

–Hablando por teléfono en el pasillo. Está un poco… hum, alterado.

¿Alterado? Santo joder.

–¿Y Teddy? ¿Está con él?

Sus dulces ojos se agrandan y sus perfectas cejas se fruncen con… ¿qué?, ¿tristeza, compasión, lástima? No son buenos sentimientos para mostrar.

–Gail –le suplico, la voz comenzando a cortárseme y las lágrimas pican por salir–, ¿dónde está mi hijo?

Ella abre la boca, pero alguien entra por la puerta antes de que pueda responder y eso me distrae lo suficiente como para evitar el llanto. Christian está en la puerta con la expresión más descompuesta que le he visto jamás. Tiene el móvil en una mano y los nudillos de la otra vendados.

Al ver que estoy despierta le lanza una mirada a Gail y ella sale rápida y silenciosamente de la habitación, cerrando la puerta tras de sí y dejándonos solos. Mi marido está imponente, como siempre. Jeans oscuros, camiseta gris claro y zapatos negros; lleva el cabello revuelto como si hubiera participado en el ring de una pelea callejera de gallos, vestigio de la cantidad de veces que ha debido pasarse las manos por allí.

Por un instante nos miramos sin mediar palabra, él asegurándose que estoy bien y yo negándome a aceptar lo que veo en sus ojos. Tras lo que parece una eternidad, toma el puesto de Gail, a mi lado.

–¿Cómo te sientes? –Su voz está tan ronca como si se hubiera pasado los últimos diez años fumando… o gritando.

–Estoy bien.

–¿Segura? ¿No quieres que llame a una enfermera para que te pongan un calmante o algo?

Niego con la cabeza y le suelto lo que quiero saber.

–¿Dónde está nuestro hijo?

Su cara decae pero sólo un momento. En cuestión de nada tengo al frío y distante Gerente General que conocí al inicio de todo.

–¿Tienes hambre? Llevas un buen tiempo inconsciente y no has comido.

Se pone en pie y acerca la mesa con ruedas adaptada a la cama con un termo, un cuenco, cubiertos y algo de fruta fresca encima. Comienza a sacar y desenvolver todo mientras una arruga se le forma en la comisura de la boca.

–Christian, no quiero comer ahora –replico. ¿De veras vamos a comenzar con esto justo ahora? Mi subconsciente niega lentamente con la cabeza, incrédula–. Respóndeme.

–Tienes que comer, Ana –me reprende–. Recuerda que ya no sólo ves por ti, llevas a mi hija dentro.

–Ella está lo bastante grande como para prescindir de una comida. ¿Dónde está mi hijo? ¿Está bien? ¿Lo pudieron recuperar?

No se mueve, no me mira, y luego de un latido se aleja de la cama diciendo:

–Voy a buscar a una enfermera.

–¡CHRISTIAN GREY, DIME DE UNA MALDITA VEZ DÓNDE ESTÁ TEDDY! –exploto con todo el esplendor de mis nervios quebrándose.

Christian se para en seco con la mano extendida para coger el pomo. Tiene los hombros rígidos, y estoy más que segura que no es por mi reciente arrebato. Se da la vuelta con los ojos brillantes, húmedos, y el dolor haciendo surcos y arrugas en su martirizado pero bello rostro. Luce veinte años más viejo.

Entonces mi mente racional acaba de aceptarlo, pero yo no sé qué hacer ni con las noticias ni con Christian ni conmigo. Mi Teddy ha sido secuestrado, algún hijo de puta se lo llevó quién sabe adónde y para qué. Un mar de cabezas sin rostro se pasea por mi mente mientras intento entender quién puede ser tan retorcido como para secuestrar a un niño pequeño de esa forma.

Secuestrar a un niño. Punto. La forma realmente no importa.

Me llevo una mano a la garganta y siento cómo se cierran mis vías respiratorias. Los dedos se me enfrían y soy vagamente consciente de Christian llamándome desesperadamente por mi nombre y sacudiéndome al no obtener respuesta. ¿Cuál es su problema? ¿Por qué está aquí mangoneándome en lugar de hacer algo por nuestro hijo? Luego se aleja de mí y lo veo hacer ridículos gestos y movimientos para llamar la atención de alguien fuera de la sala. Mi visión se vuelve borrosa, por lo que no sé quién entra cuando él regresa y toma mi mano.

No comprendo qué pasa, cuál es el alboroto. Quien está en problemas no soy precisamente yo, yo puedo esperar. Te estás asfixiando, Ana, me murmura tristemente mi subconsciente; ella está tan abatida como yo. Y el hecho de que su mordaz ingenio haya quedado apagado por todo lo que está ocurriendo, me hace entender lo profundamente malo que es esto.

***

Estoy sentada en la parte trasera del Audi SUV con Chrsitian. Taylor y Gail ocupan los puestos delanteros y Sawyer nos sigue de cerca desde otro Audi SUV. Distraídamente me pregunto qué tiene Christian con los Audi mientras recuerdo los sexys R8 que ambos tenemos, el Especial Sumisa y las SUV. Cosas de seguridad, supongo.

Suspiro suavemente, viendo sin ver los paisajes vagamente familiares que pasan a moderada velocidad por la ventanilla del coche. Siento cuando Christian coge mi mano y planta un suave beso, pero no registro nada más. Es como si toda yo estuviera en estado de "embotamiento para autopreservación", lo que significa que lo que vivo lo hago a medias, estando presente físicamente pero desconectada de todo lo emocional. Y esto es porque recuerdo la advertencia que le hizo la doctora a Christian antes de que nos fuéramos, cuando creían que yo no escuchaba.

"–Me preocupa su esposa, Sr. Grey, pero también la niña –dijo la doctora con un brillo sincero en los ojos. Era rubia, como casi toda empleada que Christian se topa, pero ella por algún motivo me infundió más temor que otra cosa.

–¿Qué le pasa a mi hija? –le preguntó él con alarma en su tono.

–El estrés hace graves daños en el cuerpo humano, señor Grey, y si tomamos en cuenta que la bebé necesita del cuerpo de su esposa para vivir, la cosa va para peor. Yo le sugiero que mantenga a la señora Grey tan relajada y lejos de situaciones estresantes como sea posible, no sólo por la salud de la bebé, sino por la suya propia.

–¿Qué es lo peor que podría pasar? –La voz le tembló como si muy en el fondo realmente no deseara saberlo.

–Que una de las dos o ambas sufran un colapso y acaben… por morir. –Christian inhaló con fuerza antes esas últimas palabras. Yo la verdad sólo recuerdo haberme estremecido, nada más–. El riesgo de una muerte doble se divide si tenemos que hacer una cesárea de emergencia, pero su esposa…

–No siga –le rogó–. Lo entiendo."

Ella también me prescribió unos calmantes, anti psicóticos y otros medicamentos para tratar de mantenerme tan "estable" como fuera posible. Ahora, la verdad, no creo que sea necesario, mi propia mente se adormece para hacerle barrera al dolor.

El Audi se detiene ante un imponente edificio que me resulta familiar, demasiado familiar. Me vuelvo a Christian, pero él ya se ha bajado del coche. Lo veo dar la vuelta, hablar brevemente con Sawyer y luego venir a abrir mi puerta. Cuando nuestros ojos se encuentran es como si hubiéramos pasado días sin vernos.

–¿Qué hacemos en Escala? –le pregunto mientras tomo su mano y bajo.

Christian me conduce de la mano hacia los ascensores dentro del edificio. Marca y esperamos.

–El equipo de investigación y la policía tienen que hacer un barrido de toda la casa, y la idea es alterar lo menos posible la escena del crimen.

Doy un respingo cuando pronuncia las últimas tres palabras.

–Perdona, nena. No fue eso lo que quise decir.

Asiento, porque no quiero que me lo aclare. Ya lo sé.

Entramos en el ascensor y él marca el código de su piso. Las puertas se cierran y Christian me abraza.

–Además –agrega al cabo, acariciándome la cabeza y besándome la frente–, no quiero que te desquicies, Ana, porque tienes una buena habilidad para eso. Vamos a encontrar a nuestro hijo y vamos a hacer pagar al maldito que hizo esto, a ser posible yo con una pistola –murmura oscuramente. Santa mierda, Christian odia las armas y ¿estaría dispuesto a empuñar y disparar una?– Por ahora sólo… sólo no hay que entrar en pánico.

No entrar en pánico, ¿eh? Ya veremos cómo sale eso.

Las puertas se abren y salimos al recibidor con las pinturas de la Virgen María en las paredes. Christian me hace entrar y siento que soy vaciada desde dentro cuando la familiar visión de su apartamento inunda mis ojos. Sus obras de arte, el piano, los muebles, todo sigue como lo recuerdo, y eso es lo que peor me sienta.
Este era nuestro hogar antes de Teddy; ¿el que estemos regresando significa algo?

No pienses en eso, Ana. Christian tiene razón, no te desquicies. Mi subconsciente pone los ojos en blanco y me entran ganas de golpearla, pero los ánimos me fallan.

–¿Quieres algo de comer, Ana? ¿O prefieres una ducha o una siesta? Dime, ¿qué necesitas? –Sus intensos ojos grises me suplican que lo haga sentir útil, que le dé algo qué hacer para no caer en la locura; esto ya hasta me parece una cruel parodia de lo que ocurrió cuando Ray tuvo su accidente al volver de pescar.

Alzo la mano y acaricio su rostro, su mejilla, sus labios entreabiertos. Paso mis dedos por su ceño fruncido tratando de hacerlo desaparecer, de hacer volver al Christian mandón que siempre tiene todo bajo control y que en cierta forma me otorga una sensación de alivio, de protección. Pero él pareciera no estar aquí hoy. Recuerdo cómo eran las cosas apenas unas noches atrás, cómo planeábamos, nos reíamos, nos mirábamos, nos tocábamos…

Y ahí está. Esa corriente pulsando entre nosotros, acercándonos, haciendo que mi sangre cante en mis venas. Ésa es la reacción que Christian Grey siempre ha provocado en mí y que antes me atemorizaba. Ahora no lo hace, y estoy tan desesperada por un poco de normalidad que me rindo a ella. Christian también ha notado el cambio, sus ojos lo muestran claramente, pero la preocupación en su rostro me dice que no dará el primer paso. Habrá de ser cosa mía.

Lo tomo de la mano y encabezo la marcha hacia nuestra habitación. Él me sigue sin oponer resistencia.

–¿Necesitas dormir? –me pregunta.

–No.

–¿Entonces un baño?

Me detengo y lo encaro.

–Te necesito, Christian. Ahora. Y tú me necesitas a mí.

Su mirada gris quema sobre la mía.

–¿Estás segura? –pasa su pulgar por mi labio inferior con ternura.

Asiento. Entonces vuelve a cogerme de la mano y ahora es él quien va al principio. Una vez dentro de nuestro antiguo dormitorio, cierra la puerta y deja su Blackberry sobre la mesita antes de volverse a mí con su mirada de voy-a-hacerte-el-amor-ahora.

Suspiro y casi esbozo una sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario