domingo, 26 de enero de 2014

Capítulo 3: Buen día, sra. Grey.

Nos miramos fijamente sin decir nada y sin movernos apenas, manteniendo aún una distancia de al menos treinta centímetros, valorándonos mutuamente como si quisiéramos hacernos el amor con los ojos antes de proceder con el cuerpo. Es increíble lo que me hace este sexy, caliente hombre tan sólo con sus ojos grises, su presencia y esa postura predadora. ¡Por todos los cielos, que no me ha tocado y ya mi respiración es errática! Un dulce cambio de ritmo. Un panorama completamente nuevo muy bienvenido.

–Te amo tanto, Christian –murmuro salvando la distancia que nos separa, deslizando mis manos por su cuello y afianzando el agarre en su pelo suave, sedoso, como tocar plumas. Riego su bello rostro con besos y ligeros mordiscos, pasando la lengua por la barba de un día que pica bajo mis labios y hace que me caliente como el infierno. Mis manos bajan por su pecho ancho y fuerte, el abdomen definido, hasta llegar a la cintura de sus jean azules para soltar el botón que hace un sonido inofensivo pero tan cargado de sensuales promesas…

Christian agarra mi barbilla para que deje de morderme el labio inferior y luego se inclina para besarme. Duro. Necesitado. Es evidente que esta situación no sólo me ha afectado profundamente a mí, Christian también está desesperado, aunque no lo demuestre tan abiertamente. Sus manos se mueven casi con rudeza a mi cabello para sostenerme, mientras su boca allana la mía, su lengua clama y exige, da y pide con un fervor que no hace más que tenerme lista antes de que hayamos siquiera empezado a tocarnos. Toda yo vibro como el motor de un auto viejo mientras Christian Grey, mi caliente marido, hace su magia usual pero oh tan maravillosa.

–Te amo, Anastasia. –Él comienza una lenta tortura de regar besos y chupetones por mi cuello, aunque no lo suficientemente fuertes como para dejarme de nuevo esas horribles marcas. Se posiciona detrás de mí, toma mi cabello y comienza a trenzarlo con facilidad antes de darme un tirón que me obliga a dar un paso atrás hacia él–. Eres tan hermosa.

Toma mis pechos hinchados en sus manos fuertes, habilidosas, apretándolos y masajeándolos mientras sus dedos comienzan a torturar, halar y pellizcar mis pezones. Enseguida el cable que conecta con mi ingle se tensa enviando por todo mi cuerpo deliciosas descargas de placer, haciéndome abrir la boca y gemir con fuerza. ¡Demonios, Christian! Él coge el bajo de mi vestido, lo alza lenta y tan tortuosa pero-oh-provocativamente antes de tirarlo a su espalda en el suelo, que mi diosa interior no estalla en combustión espontánea por pura suerte. 

Estoy en bragas y sujetador con un corazón cada vez más acelerado, viendo cómo Christian se deshace de sus pantalones, zapatos, calcetines y calzoncillos. Glorioso, desnudo, apetitoso dios griego todo para mí. Deslizo mis manos por mi espalda y me deshago del sujetador, luego hago lo mismo con las bragas. Ahora estamos desnudos, jadeantes, y calientes como el infierno.

Acerco mi nariz a su torso e inhalo con fuerza esa deliciosa fragancia a gel caro, semental y Christian, el más afrodisíaco de los aromas, antes de pasear mi lengua por su parche de vellos camino del cuello y luego de regreso y hacia abajo por el abdomen. Me dejo caer en la cama permitiendo que Christian separe mis piernas con sus manos; todos los músculos al sur de mi cintura se tensan cuando su fabulosa boca se pasea sin prisas, casi con una burlona lentitud deliberada, por mi cuerpo, mis muslos, mis caderas, mi abdomen, entre los pechos, que lame, muerde y chupa antes de proseguir su camino hacia arriba hasta encontrar mi boca. Siento su erección contra mi cadera y sus manos en mi pecho.

–Christian… –Suplico y me retuerzo.

–Eres preciosa, Anastasia.

Su boca baja de regreso por mi cuerpo y se asienta en la zona interior de mis muslos, sus manos siendo parte del sensual asalto. Mi espalda se arquea con fuerza cuando su boca húmeda y su respiración caliente se hallan ya a unos casi inexistentes centímetros de mi sexo.

–Por favor…

–Shh.

–¡Christian! ¡Ah!

Y cae. Su lengua comienza a hacer estragos en mí, masajeando mi punto externo más sensible, enviando impulsos eléctricos por todo mi cuerpo que arquean más y más mi espalda. Siento cómo se me tensan las piernas instantes antes del inminente, liberador y poderoso orgasmo que barre mi sistema de cabeza a pies con fuertes sacudidas y réplicas. Apenas logro acompasar mi respiración lo suficiente como para ser consciente de Christian cogiendo mis piernas y amarrándoselas alrededor de la cintura.

–De vuelta a casa –murmura, posicionando su erección a la entrada de mi cuerpo como si se tratara de un torpedo en su compartimento de disparo. Luego, muy lenta y maravillosamente, se introduce en mí, expandiéndome y enviando más oleadas de calor y temblores por todo mi cuerpo.

–Oh, Ana.

Se mece suavemente adelante y atrás, con lentitud, burlándose de mí como acabó de hacer con su boca. Me aferro fuertemente a las sábanas y cierro los ojos, absorbiendo la sensación.

–Christian… más rápido.

–Todavía no. Siéntelo. –Se inclina y me besa. El vaivén de sus caderas va a volverme loca, va a matarme. Toda la tensión muscular, toda la tensión emocional… él tiene en sus manos la llave para liberarnos a ambos aunque sea por unos mágicos instantes, pero en lugar de eso sólo se mofa de mí recordándome que mi placer le pertenece por completo, así como a mí el suyo–. Abre los ojos. Quiero verte. Necesito verte, Anastasia.

Lo hago y lo miro. Me resulta increíblemente cautivador cómo su rostro puede ser sensual a pesar de la tensión que irradia. ¿Tensión por el sexo, por Teddy? No me queda claro. Pero entonces comprenderlo del todo siempre ha supuesto un desafío para mí, por lo que quizá no debería sorprenderme.

Christian empuja fuerte una vez dentro de mí haciéndome gritar más por la sorpresa que por otra cosa; aún con sus ojos firmemente clavados en los míos, comienza finalmente a moverse. A moverse realmente. Siento que cada vez veo la cima más cerca y casi puedo saborear la inminente caída mientras mi cuerpo escala y se construye a su alrededor. Sus acometidas se intensifican, aumenta la velocidad de sus embistes y toda yo me siento desvanecer en un mar de sensaciones: sus manos en mis pechos, su miembro dentro de mí, su boca cuando desciende para besarme y esos ojos fijos que nunca dejan mi rostro… Intento mantener los ojos abiertos como me ha pedido, pero es demasiado el esfuerzo.

–Vamos, Ana. Dámelo. –Acelera. Escucho cómo aprieta los dientes mientras se resiste a su liberación hasta que yo no alcance la mía. Coloca su mano sobre mi pecho, justo a nivel del corazón, y se me hace tan notorio el golpeteo de su pulso en la palma de la mano que eso es todo lo que se necesita para hacerme caer por el vacío y arrastrarlo a él conmigo.

–¡Christian! –mi grito sale con fuerza mientras me aferro a sus brazos y mi cuerpo se sacude con las réplicas y luego cae laxo y relajado.

Abro los ojos, conocimiento recuperado tras ese orgasmo tan demoledor. Miro a la derecha y Christian está ahí, yaciendo a mi lado, acariciándome la mejilla mientras nuestras respiraciones se tranquilizan. Arrastra el cobertor sobre nosotros y me envuelve en un cálido y confortable abrazo en el que, sin darme cuenta, me quedo dormida.

***

Me despierto en medio de una nebulosa pos orgásmica sintiéndome confusa y curiosamente fría, pero es porque el lado de la cama de Christian está frío. Me desperezo lentamente aprovechando para analizar cómo me siento tras todo lo que ha pasado, incluyendo este último episodio. Aún me preocupa Teddy, ¿cómo no podría?, mas ahora siento la cabeza más despejada y libre de lo que la tenía en el hospital.

Decido levantarme y me dirijo al baño. Allí, delante del espejo, puedo apreciar el horrible moretón en mi mandíbula cuando el encapuchado me atacó antes de llevarse a mi hijo por la ventana. ¡Jesús! El corazón se me comprime cuando pienso en mi pequeño, asustado, solo, quién sabe dónde, e instantáneamente se me viene a la cabeza mi imagen mental de Christian con cuatro años: sucio, hambriento y desgraciado.

¡No, mi hijo no!

Las lágrimas me resbalan por las mejillas mientras pienso en mi pequeño hombrecito y en mi hombre de pequeño. ¿Está destinada a repetirse la historia, aunque en circunstancias algo diferentes? No, no quiero pensar eso. Hay que ser positivos, Teddy estará bien y pronto volverá con nosotros. Sí, con Christian y conmigo.

Abro el grifo y me lavo suavemente la cara. Mi Blackberry suena cuando me estoy secando, y no puedo evitar fruncir el entrecejo mientras regreso al cuarto a buscarlo. ¿Quién puede ser? ¿Del trabajo? Saben que estás de maternidad, Ana, replica mi subconsciente. ¿Los Grey, entonces? Puede ser. Abro la aplicación de mensajes y leo.

UN PEQUEÑO GOLPE BIEN ASESTADO PUEDE CAUSAR MÁS DAÑO QUE EL ATAQUE DE UN EJÉRCITO ENTERO. BUEN DÍA, SRA. GREY.

El color abandona mi cara mientras leo una segunda y hasta tercera vez el mensaje. Reviso rápidamente el número, pero está como privado. Sé que Christian y su equipo de acosadores podrían averiguar la localización de este número enseguida, y quizá eso nos lleve a Teddy.

Salgo precipitadamente del cuarto y me encamino a su estudio. Toco tímidamente y entro, él está con Taylor, Sawyer y un agente de policía que no había visto antes. Los cuatro se giran hacia mí tan velozmente que me hacen sentir diminuta y entrometida, así que respiro hondo antes de caminar hacia mi marido, que parece perplejo y algo irritado por mi presencia.

–¿Qué pasa, Anastasia? –Rodea su escritorio y viene a mí enseguida.

–He recibido un mensaje de texto –le informo.

Sus cejas se disparan y por el rabillo del ojo veo que también Taylor está sorprendido. Seguro ya piensan que la locura me está ganando. Le paso mi Blackberry para que lea el texto y soy testigo de cómo su semblante va cambiando de "blanco preocupación" a "lívido de enfado" en un abrir y cerrar de ojos. Luego le lanza a Taylor una larga mirada por encima de mi cabeza antes de volverse a mí.

–¿Cuándo llegó?

–Hará poco menos de un minuto.

Entonces se vuelve al oficial de policía.

–Agente Rancoff, ésta es mi esposa, Anastasia Grey.

El agente Rancoff me saluda con un asentimiento y yo hago lo propio antes de fijar mi atención en Christian.

–¿Crees que Barney pueda localizar el número?

–Hay que ver. Aunque lo encuentro difícil. Si este texto es del secuestrador no lo habrá mandado desde un número que podamos rastrear con facilidad. –Vuelve tras su escritorio, levanta el teléfono fijo y hace una llamada–. Barney. Grey. Te necesito en Escala lo más rápido posible, es un asunto muy urgente.

Luego cuelga.

–Pero igual tener esto puede ayudar, ¿cierto? Quiero decir que antes no teníamos por dónde iniciar, y ahora sabemos… algo –digo encogiéndome de hombros, buscando desesperadamente en los presentes algún indicio de que esto pueda acercarnos a Teddy más de lo que estamos ahora. Christian regresa frente a mí y me da un suave beso en la frente.

–Sí, amor. Esto es mejor que nada –intercambia otra mirada silenciosa con Taylor–. ¿Por qué no vas a darte un largo y relajante baño mientras yo me encargo de esto?

¿Mientras tú qué? Ni de chiste.

–No. Es mi hijo y tengo derecho a saber todo lo que está pasando, incluyendo lo que hablas con la policía –espeto.

–Anastasia…

–Y un cuerno, Christian. Sé que lo haces para evitar que me estrese y resulte un estorbo más que otra cosa, pero me voy a estresar realmente si tengo que pasar días y días sin noticias de ningún tipo sólo porque tú eres un controlador obsesivo –mi voz ha ido in crescendo mientras todo el estrés en mi cuerpo crece y crece pero sin alcanzar algún punto de liberación. Es evidente que la dicha poscoital me duró realmente poco.

Christian me mira por un momento en el que veo la lucha que se lleva a cabo en su interior a través de esos ojos grises.

–Yo no te considero un estorbo –dice con cautela.

–¿Entonces?

Joder, ¿necesito acaso su permiso para tener noticias de mi hijo?

Cierra los ojos con fuerza mientras pasa sus manos, ambas, por su cabello cobrizo. Puedo sentirlo en lo más profundo de mis huesos: una poderosa pelea se avecina y yo sólo puedo intentar hacer reaccionar a mi diosa interior –que aún delira por el orgasmo de hace rato– para que junto con mi subconsciente me ayude a hacer frente al huracán Christian.

–De acuerdo –suspira, y yo no me lo puedo creer. ¿Eso fue todo, tan fácil? Mi subconsciente ya hasta se había puesto el uniforme de samurái.

Lo miro mientras rodeo su escritorio para sentarme en su trono de amo y señor del universo. Él echa un vistazo a mí y por cómo brillan sus ojos, puedo ver que está enojado, muy enojado, pero con eso ya lidiaré después. Christian suspira y asiente al agente Rancoff, quien le devuelve el gesto.

–Bien, señor Grey, procedamos con la recopilación de hechos de la noche en cuestión –dice con un marcado acento ruso o quizá húngaro, no lo puedo detectar bien.

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