sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 5: Una sorpresa de última hora.

Las puertas del ascensor se abren dejándome en el recibidor del piso de Christian. Taylor está en la puerta como siempre, y por la expresión que carga creo que soy capaz de predecir hasta cierto punto qué tan mal irá la cosa con mi sulfurado marido.

–Hola, Taylor –le sonrío al pasar.

–Sra. Grey –él asiente con educación, nervioso.

–¿Es muy grave? –pregunto tentativamente, mirando de reojo el ascensor y siendo cada vez más seducida por la idea de dar media vuelta y lidiar con esto más tarde.

–La infracción no –repone. Eso es todo lo que necesito saber.

Asiento, me giro y entro en el departamento. Todo está silencioso, no hay rastros de vida por los alrededores, pero sé que Christian anda por ahí esperando su oportunidad para hacer su entrada triunfal. Desabrocho el abrigo y lo cuelgo mientras intento ordenar mis pensamientos, mis dudas e inquietudes para ser tan efectiva en la discusión como lo será el señor Gerente General. Estoy enfadada con él por no haberme dicho lo de la recompensa –Jesús, soy la madre, tenía derecho a saber–, por haberme gritado por teléfono sólo porque quise ir a comprar ropa –es su culpa por no haber ido a buscar la mía a casa–, por hacerme sentir como una niña desobediente otra vez –¿en cuántos niveles está mal eso?– y por no haberme hablado de su sospecha o lo que sea de que van tras nosotros. ¿Sabe quién?, ¿por qué? A veces es tan frustrante lidiar con él…

Lo siento antes de verlo. Es algo tan fuerte, tan visceral, que me da la impresión de que Phoebe sabrá instintivamente quién es su padre sin la necesidad de verlo.

Respiro hondo, llamo a mi subconsciente y encadeno a mi diosa interior, así impido que intervenga donde no le corresponde meterse. Me vuelvo lentamente a Christian con mi mejor expresión neutral. Él, como siempre, luce delicioso con su traje de amo y señor del mundo sin el saco, la corbata abierta y unos botones de la camisa sueltos. Joder, él sabe jugar. El cabello cobrizo ahora un poco largo le cae desordenado sobre la frente, de modo que sé que se ha estado pasando las manos por ahí. De pronto a mí me entran ganas de hacer lo mismo.

Él no me habla, sólo me mira con su mirada analizadora y crítica. Bueno, señor Grey, yo tampoco voy a pronunciar palabra, así que si quiere pelear, que nos toca, va a tener que iniciar él.

–¿Por qué saliste? –es lo primero que dice, su pronunciación lenta, aparentemente calmada, deliberada. Es ese tono que hiela los huesos.

Me encojo de hombros para infundirme valor. Tú puedes, Ana, me anima mi subconsciente.

–Para tomar aire, estirar las piernas, comprar algo, ver personas… Escoge la que prefieras.

–¿No podías hacer eso desde aquí?

–Christian, de veras pienso que estás siendo irracional –le digo, mi tono perdiendo ya la paciencia.

–¿Lo crees?

–Por supuesto. Rastreas mi móvil, rara vez salgo si no es contigo, me tienes más que vigilada en el trabajo y no descarto la posibilidad de que hayas abusado de tus influencias para crear un nuevo departamento dentro de la CIA; no sé, algo como: Escuadrón para vigilar a Ana cuando el señor Grey no puede. Y eso es ridículo.

–¿Lo es? –Una media sonrisa coquetea con sus labios, en sus ojos brilla el humor.

Pero no, no le voy a permitir distraerme porque todos –él, mi subconsciente, mi diosa interior y yo– sabemos dónde va a acabar la discusión si lo dejo ablandarme, y todavía no estoy lista. Cruzo los brazos bajo mis pechos y aprieto los labios.

–Lo es.

Me repasa con una mirada fría, insondable, examinando mi estado de ánimo o buscando signos de daño, a saber. Exagerado Grey… Le queda.

–No te di permiso para salir –dice al cabo con voz neutral.

–¿Lo necesito?

Me frunce el ceño.

–Sí, Anastasia, lo necesitas. Sabes lo mal que me pongo cuando haces cosas sin consultarme.

–Tú lo haces todo el tiempo y no ves que salga a recibirte con una sartén en la mano. –Tengo que resistirme al brillo socarrón que le ilumina los ojos y lo hace lucir casi de su edad por un momento.

–Me preocupo por ti, Ana.

Oh, el Christian sincero. Eso no es justo, sacó su mejor arma contra mí.

–Lo sé, Christian, pero a veces te excedes. –Él hace su camino hasta mí con su expresión de "no sé hacerlo de otra forma" y yo siento que mi corazón cede un poco al deshielo. Se detiene casi rozando mi barriga con su abdomen. Siento una sacudida de la columna y electricidad corriendo por mis venas; cada folículo de mi cuerpo se levanta, la respiración se me corta, mientras Christian me reclama con todo el poder de su sensualidad. No debo ceder, hay mucho que discutir… Christian descansa suavemente la palma de su mano en mi mejilla y con el pulgar hala de mi barbilla para que deje de morderme el labio; su otra mano sube por mi cadera hasta mi pecho tomándose la libertad de moldearlo, jugar con el pezón hasta que siento cómo se yergue con el contacto experto… Mi diosa interior se debate contra las cadenas que la someten y yo estoy tentada de soltarla…

¡No!

Me aparto rápidamente, colocándome a su espalda a una buena distancia. Demonios, eso no es jugar limpio. Christian se vuelve lentamente, expresión de hielo pero ojos de fuego.

–Hay otra cosa que quiero discutir contigo –digo. Si vamos a pelear por esto, que sea antes del sexo, no después.

Su mirada se vuelve cautelosa, creo que incluso sospecha de qué va mi siguiente estocada.

–¿Por qué no me dijiste lo de la recompensa?

–¿Recompensa? –Intenta hacerse el inocente… y falla espectacularmente.

–Por favor, Christian. No estoy de humor para jugar a esto. Hablo de la recompensa de diez millones de dólares que ofreciste como rescate por Teddy.

–¿Quién te lo dijo? –Avanza un paso en mi dirección entrecerrando los ojos. Mierda. Si le digo que fue Kate no sólo va a limitar la poca cantidad de veces que nos vemos, o las va a controlar, sino que además va a montarle numerito a Elliot para que mantenga a mi amiga y su tenaz boca de reportera lejos de mis oídos; por ahora ella es la única fuente de información con la que cuento, ya que él no se muestra muy comunicativo, así que no puedo perderla.

Decido utilizar ese antiguo pero eficaz método de "salirse por la tangente".

–Lo pasaron por las noticias y sale en la prensa, todo el mundo está hablando de ello –vuelvo a cruzar los brazos para dar énfasis a mis palabras. Sí, eso lo hará–. Y no es que desde que me casé contigo yo sea tan invisible como solía, así que tarde o temprano me iba a enterar.

No responde, pero no me muevo. Pasa sus manos, ambas, por su cabello mientras sus ojos se cierran con fuerza, supongo que le estará pidiendo paciencia a algún ente superior.

–Anastasia…

–Creí que ya habíamos pasado esa etapa en la que tú me escondes cosas y no me dices todo para, según tu peculiar idea de seguridad, sacarme de peligro.

–Anastasia, cuando me casé contigo prometí hacer todo lo que estuviera en mi mano para mantenerte a salvo, y si a mi juicio eso implica mantenerte en la oscuridad, lo haré.

Vaya, así que estamos sacando la artillería pesada.

–Christian –¡Señor, dame paciencia!–, esto no se trata de otro maldito con un arma buscándome para vengarse, se trata de Teddy.

–¿Y cómo lo sabes? –Ruge, lo que me deja brevemente descolocada. ¿Cómo sé qué?– ¿Cómo sabes que no es otro loco buscándote para lo que sea? –insiste, con esa habilidad que tiene para responder a mis preguntas no formuladas.

Su pregunta final me impacta, pero no tanto como la angustia en su contorsionado rostro que resulta tan clara como las aguas de un riachuelo de montaña. Su actitud, su lenguaje corporal, la súplica en sus intensos ojos grises lo confirma: él sabe sin lugar a dudas que el blanco nuevamente soy yo. Pero quién podría ser o cuál es el motivo… Mi cuerpo percibe a Christian cuando se acerca nuevamente, pero estoy tan sumida en mis pensamientos que no hago movimiento alguno de reconocimiento. ¿Leila? ¿Elena? ¿Algún secuaz de Jack? ¿Linc?

–Anastasia, no lo pienses. Sólo no lo hagas –me coge de la barbilla y me suelto el labio. Sus ojos queman en preocupación, miedo, angustia, dolor. Christian parece un hombre al menos diez años mayor con el miedo de un niño solo… un niño abusado, asustado y solo que tuvo un inicio de mierda en esta vida y se reprocha el no haber sido capaz de proteger a la puta adicta al crack que tuvo por madre, y yo no estoy haciendo nada por hacerlo sentir mejor. Ahora lo veo. Tiene miedo por Teddy, por mí, por Phoebe… en fin, por su familia, y es hasta ahora que me doy cuenta. Él quiere probar que esta vez sí es capaz de proteger lo que ama. Mi Cincuenta.

Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y lo abrazo con toda la fuerza de mi propio sufrimiento por él, por nosotros, por mi hijo. Christian esconde la cara en mi cabello y aspira el aroma con fuerza.

–No soportaría perderte, Ana, ya lo sabes. Lo experimenté una vez y creí que tendría que hacerlo dos veces más cuando el desaseado… –traga con fuerza– Por favor, no me desafíes. Sé que tienes derecho a saber lo que haga o no respecto a Theodore, pero no quiero decirte algo que te impulse a actuar precipitadamente estúpido como tienes por costumbre –aprieta sus dientes. No puedo creer que siga reprochándome lo de Mia. ¡La iban a violar y matar, por todos los santos!– La prioridad ahora es recuperar a nuestro hijo sano y salvo, pero eso no significa que esté dispuesto a sacrificarte por él, ni a dejarlo a él por ti. No es una elección para mí, Ana. Son los dos o… o yo…

–Shh. Basta, no digas más. Lo entiendo. Gracias.

Lágrimas calientes, abrasadoras, corren por mis mejillas como si nunca antes hubiera llorado. Mi Christian, mi chico perdido. ¿Cómo he podido ser tan insensible con él?

Nos quedamos así un rato, sosteniéndonos mutuamente, siendo uno pilar de apoyo para el otro, hasta que Christian se separa para estudiarme atentamente con sus brillantes, doloridos y vulnerables ojos. Es un gris de tormenta eléctrica, de monzón. Para él la historia se repite en lo más esencial.

–Lo siento –murmuro. Él pestañea hacia mí y yo intento medir su reacción mientras me seca gentilmente las lágrimas con los dedos. Tomo sus manos, depositado un suave y húmedo beso en cada palma, y luego me acerco para besarle la comisura de su bella y contrita boca esculpida a mano por el mismísimo Dios. De pronto sus manos desaparecen en mi cabello, aferrándome la cabeza con firmeza, y su boca está sobre la mía, dura, exigente, tomando todo lo que necesita; su respiración agitada mezclándose con la mía sorprendida y su contacto desintegrando las cadenas que sujetan a mi diosa interior y llamando a gritos a mi libido, que muy obedientemente se pone en primera línea de batalla. Rayos, esto realmente lo tiene mal

Se separa y me mira unos breves segundos antes de cogerme la mano y llevarme sin miramientos pero sin que yo oponga la menor resistencia, a nuestra habitación.

Una vez allí cierra la puerta, se desviste rápidamente, me lanza una mirada gris de tormenta con rayos y bolas de fuego cayendo a tierra y arrasando con todo y me desviste de la misma eficiente y veloz forma. Cuando estamos completamente desnudos, uno frente al otro, extiende una mano hacia mí; hoy no está tomando prisioneros ni tampoco preguntándome qué quiero. Está claro: él pone sus cartas sobre la mesa y de mí dependen cogerlas o irme. Yo las tomo.

***

–Christian, ¿por qué no me muestras… las fotos?

La suave voz de Carrick me saca de mi ensoñación. Christian, a mi lado y con su brazo rodeándome la cintura, me besa suavemente la mejilla antes de ponerse en pie y guiar a su padre a su despacho, me atrevo a suponer. En el silencio de la habitación, Grace y yo, sentadas una en diagonal a la otra en la enorme sala de estar, escuchamos el sonido que hace la puerta al cerrarse suavemente. Nuestros maridos nos han dejado. Me atrevo a echarle una miradita antes de clavar la vista en mi copa con agua gasificada deseando estar bebiendo algo más fuerte. Grace, con su vestido color crudo y su cabello rubio recogido en un moño desenfadado pero elegantemente impecable, coloca una de sus manos sobre la mía para captar mi atención; está sonriéndome de esa compasiva forma suya.

–¿En qué piensas, querida?

En que de nuevo hay un loco psicópata tras mis pasos y esta vez no tengo ni la más remota idea de qué motivo puede tener en mi contra.

–En nada en particular –miento, y terriblemente, pero Grace no insiste.

–Estuve pensando que quizá sea bueno para nosotras salir un día a… no sé, quizá de compras. Pero no podemos llevar a Mia –me da una amplia sonrisa indulgente y yo se la devuelvo mecánicamente. A Christian no le haría ninguna gracia, supongo que luego deberé discutirlo con él si me animo–. Sobre todo ahora que destrozaron toda tu ropa supongo que te gustaría –continúa ella ahora sí captando toda mi atención. ¡Santa mierda, ¿guardarropa destrozado?! ¿Cuándo?–, y podemos reemplazar los perfumes que rompieron.

Ahogo un jadeo. ¿Qué?

Christian y Carrick regresan, al parecer dando por terminada una conversación que debió haberse quedado en el despacho. Christian mira hacia mí y frunce el entrecejo.

–¿Estás bien? –me pregunta, y yo sinceramente no sé cómo responderle.

Toda mi ropa hecha pedazos. Y mis perfumes y presumo que también otros objetos evidentemente míos, rotos. Ahora me cuestiono mi acusación contra Christian de ser un exagerado cuando decidió traernos de vuelta a Escala. Quizá para entonces él ya lo sabía… ¡Es decir que el secuestrador volvió a la casa luego de raptar a Teddy! ¿Para buscarme? ¿Para matarme? ¿Para secuestrarme? Santa jodida mierda. Y es evidente ahora que Christian lo supo todo el tiempo; quizá se enteró minutos después de que el desgraciado abandonara la escena. Ahora parece una cuestión apremiante el descubrir quién coño es y qué motivo tiene, si es que tiene uno y no es sencillamente un desequilibrado que dio por casualidad con nosotros.

No, ni yo soy tan ingenua como para creer eso.

Miro hacia Christian, que parece preocupado, y luego a Carrick y Grace, que me observan con tristeza. Lentamente vuelvo la mirada a mi marido.

–Hago lo que puedo –murmuro. Su expresión decae más y sé sin lugar a dudas que he cagado la ya de por sí deprimente atmósfera sobre nosotros. Bien hecho, señora Grey.

–Quizá deberías descansar –dice sentándose a mi lado, envolviéndome en un cálido abrazo de "te amo como no te lo imaginas".

–Ambos deberían hacerlo. –Carrick le lanza una significativa mirada a Christian.

Grace y su marido se ponen de acuerdo y deciden que ya nos han entretenido suficiente. Nos dedicamos los abrazos, las palabras y los gestos de despedida ya ejecutados mecánicamente, y en poco Christian y yo estamos solos de nuevo.

–¿Quieres ir a dormir? –Me pregunta con los labios tensos.

–Quiero comer –murmuro, y veo cómo se le ilumina el semblante. Vaya que es voluble.

***

De vuelta al baño. Otra noche sin poder dormir. Miro en el espejo sobre el lavabo esa criatura deprimida, ojerosa, demasiado mayor para la edad que tiene, devolviéndome la mirada con unos ojos azules brillantes con una miríada de emociones contradictorias constantemente colisionando las unas con las otras y haciendo de mi cabeza un caos y un verdadero infierno.

Pienso en mi marido, profundamente dormido en su lado de la cama, recordando la promesa que me hice de no angustiarlo más si está en mis manos, y pese a que entiendo su actitud, su paranoia y su manía por controlarme especialmente ahora, necesito información. Yo siento como él: para mí mi familia es lo más importante, más importante que yo, sobre todo si de Christian o mis hijos se trata. Sé que no puedo hacer mucho, que lo mejor sería por una vez obedecerle y permanecer tranquila, o quieta al menos. Pero no puedo. No está en mi naturaleza y sencillamente me parece completamente irracional. Esto está probando ser demasiado para mí.

Abro el grifo y me lavo la cara con agua bien fría para despejarme un poco la cabeza y la sensación de abstracción que comienza a embargarme. Me sostengo del lavabo diciéndome que es el estrés y la falta de sueño; quizá con unas pastillas pueda volver a dormir al menos un par de horas. Cojo una toalla… y algo se me desliza entre y por las piernas. Levanto la bata; un líquido transparente me corre abundantemente por las piernas, y yo sé lo que es. ¡Oh, Dios, ¿ahora?!

Me acerco a la puerta del baño procurando no resbalar.

–¡Christian! –llamo tratando de mantener la calma– ¡Christian!

Escucho el movimiento de la cama y los pasos apresurados por el cuarto antes de ver su rostro completamente despierto y alarmado.

–¿Qué pasa? –me recorre con la vista antes de entender cuál es el problema. Sus ojos se abren tanto que me hace sonreír, luce caricaturesco.

–Rompí fuente –le digo ahora con mi sonrisa boba.

–¿De qué te ríes? –frunce el ceño y se acerca.

–De ti.

–¿Te parezco gracioso? ¿Justo ahora? –me lanza esa mirada de "se volvió loca" que solía dedicarme Kate cuando me veía riendo o peleando con los personajes de mis libros.

–Sí.

Sacude la cabeza, incrédulo y divertido. Me coge por los codos para darme soporte y mientras intento limpiarme las piernas con la toalla que aún sostengo, me saca del baño y me pide que aguarde mientras sale a toda prisa. Cuando vuelve, Gail viene con él.

–¿Preparada, señora Grey? –Ella me sonríe fugazmente antes de internarse en las profundidades del armario y salir con un bolso preparado. Me la quedo mirando sorprendida, ella sólo se encoge de hombros y amplía la sonrisa– Yo sí lo estaba –dice simplemente.

***

Unos increíbles diez minutos más tarde Taylor maneja a una velocidad ligeramente superior a la del límite con Ryan y Sawyer siguiéndonos en la otra SUV. Christian está a mi lado pálido, nervioso y ansioso, con una mano sobre mi abultado vientre y la otra alrededor de mi espalda.

–¿Cómo vas? –me pregunta como por centésima vez.

–Bien, cariño, tranquilo. Las contracciones son la peor parte, y no vienen con tanta frecuencia –intento calmarlo, pero sé que nada que diga va a servir de mucho. Él es Christian sobre-reacción-Grey.

–Se suponía que nacería en dos días más –le escucho murmurar quedamente.

–¿Quieres que le diga que espere? –me burlo suavemente. Él me mira y sus ojos brillan con humor y amor. Mi Christian.

–Quizá salga a ti, por lo que no hará lo que se le dice –me da su sonrisa de medio lado de mil voltios. Qué alivio, está de humor. Me echo a reír antes de apretar los dientes y su mano ante la acometida de una intensa contracción. Maldición, eso es lo peor.

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