domingo, 9 de febrero de 2014

Capítulo 6: La tenaz ex señorita Kavanagh.

Ella es perfecta.

Es pequeña, adorable y justo ahora mira con unos grandes y perplejos ojos azules a su encantado papá, que la sostiene como si jamás en su vida hubiera tenido nada más valioso entre los brazos. Christian le sonríe y se seca rápidamente una lágrima para que no le caiga a nuestra hija en la carita sonrosada; levanta la mirada y la clava en mi dolorido y dividido rostro por una de mis radiantes sonrisas estúpidas.

–Gracias, Ana. –Se levanta, se inclina cuidadosamente sobre mí y me besa.

Soy feliz por él, porque justo ahora es feliz. Simple y llanamente. Su rostro parece el de un ángel recién bajado del cielo, brillante y repleto de amor. Pese a lo que creí mientras me practicaban la cesárea, quizá Dios, en su infinita sabiduría, nos envió a Phoebe antes por una razón, y viendo a mi hermoso marido ahora, no lo pongo en duda.

La puerta de la habitación del hospital donde esperamos a la doctora Greene para que me dé de alta, se abre y por ella entra una radiante Mia, seguida de una conmovida Grace y un más que feliz Carrick.

–¡Oh, santo cielo, es preciosa! –Mia se agacha junto a Christian con los ojos abiertos tanto o más que Phoebe. Grace toma posición ante mi marido y Carrick se limita a mirar por encima del hombro de su mujer.

–¿Cómo te sientes, Ana? –me pregunta con una cálida sonrisa.

–Estoy bien –le sonrío de vuelta. Carrick asiente, volviéndose para mirar más de cerca a Phoebe ahora que Grace le ha cedido algo de espacio.

Mi corazón se hincha de gozo al verlos a todos juntos y congregados en torno a mi pequeña princesa de ojos azules, como la llamó Christian cuando la vio por primera vez. Siento el amor brotando en oleadas de cada uno de nosotros en un breve espacio separado de la realidad y del tiempo que les permite ser, al menos un instante, completa y absolutamente felices. 

Menos a mí. 

No puedo dejar de pensar en Teddy y en lo mucho que soñé durante los últimos nueve meses verlo junto a su padre, sintiendo la misma fascinación por su hermanita que la que ella muestra ahora por los presentes. Ella es una cosita adorable y tiene un hermano, pero no lo sabe. Frunzo el ceño, pero rápidamente acomodo el semblante cuando percibo la mirada de Christian sobre mí; no quiero desmoronarle la fiesta. Me vuelvo y le sonrío justo cuando la puerta vuelve a abrirse y entra una enfermera.

–Señora Grey, la doctora Greene estará aquí en cinco minutos –dice mientras rellena mi vaso de agua y me lo pasa. Bebo agradecida, del agua y de que, para variar, ella no sea rubia. Apila envases vacíos y se vuelve a mí–. Felicidades por su bebé.

–Gracias –le sonrío.

–Dejaron esto en recepción para usted. Si me disculpa… –Me entrega un sobre manila amarillo sellado y se retira. Curiosa, sintiendo un cosquilleo extraño en la punta de los dedos mientras rompo el sello y extraigo la nota mecanografiada, leo.

UN RETOÑO NUEVO. UN NUEVO AMOR. UNA ALEGRÍA MÁS QUE AÑADIR A SU VIDA. UNA SONRISITA NUEVA... Y UN BLANCO NUEVO. FELICIDADES, SRA. GREY.

–¿Qué es eso, Ana? –Christian me llama con ansiedad en la voz, pero no soy capaz de responder. Ni siquiera estoy segura de haberlo escuchado realmente, pudo haber sido mi imaginación pasándose de lista. De hecho, ¿quién asegura que no me tomé las pastillas para dormir al salir del baño y esto es sólo un sueño de efecto secundario?

Carrick viene rápidamente hasta mí y coge la nota que, recién me doy cuenta, se me ha caído de la mano. La lee rápidamente y su semblante palidece tanto como supongo está el mío. Ahora todos los Grey están alerta, y Christian parece el más afectado; nuevamente envejeció veinte años en menos de un minuto.

***

Christian está hablando con el supervisor del hospital, con Taylor y el agente Rancoff acompañándolo, mientras tratan de averiguar quién dejó el sobre y a quién. Grace está sentada con Mia, ambas con las manos entrelazadas y la mirada fija en mí, lo sé, y Carrick pasea de un lado al otro de la habitación como un tigre enjaulado. Me gustaría que dejara de hacer eso.

Miro abajo a mis brazos al bultito envuelto en rosa pálido que dormita tranquilamente con la carita recostada en mi pecho, ajena a todo lo que está pasando a su alrededor. Me gustaría poder introducirme en su tranquilo mundo de sueños o nebulosa post nacimiento, no lo sé, cualquier cosa para no pensar, para no ser testigo de las amenazas que nos acechan, para no dejarme envolver en la desesperación de saber que quieren arrebatarme a mi hija recién nacida sólo por… ¿venganza? No alcanzo a entenderlo.

Grace me dice algo, o se lo dice a Mia… Lo único que sé es que de pronto estoy inmersa en el gris más desolador, peligroso y dolorido que he alcanzado a contemplar jamás en los ojos de mi esposo. Christian me palmea suavemente la mejilla para que salga de mi estupor y le escuche; a regañadientes salgo a la superficie, y entonces el ruido explota a mi alrededor, aturdiéndome. Gritos por teléfono, discusiones, máquinas haciendo extraños sonidos de hospital, alguien sollozando, muchas respiraciones, pasos… Lentamente caigo en la cuenta que soy yo la que llora cuando Christian limpia gentilmente las lágrimas de mi rostro, sólo para que otras se apresuren a ocupar su lugar. Él luce devastado, cansado, molido, pero asombrosamente firme. No es inquebrantable, pero sí es fuerte. Mi Cincuenta.

–Mi amor, papá y Sawyer van a llevarte de regreso a Escala con Phoebe. Por favor, no te pongas en contacto con nadie hasta que yo llegue –musita suave, pausadamente, como si hablara con un niño desequilibrado emocionalmente.

Sí, Christian, es todo lo que tengo noción de haberle respondido, o quizá eso imagino que dije. Cuando vuelvo a emerger de mi letargo lo suficiente como para ser plenamente consciente de algo, Carrick va a mi lado en la SUV que Sawyer conduce, Phoebe está dulcemente dormitando en su silla de bebé y a mí me rodea una gruesa manta por debajo del cinturón de seguridad. Cómo llegué y qué pasó antes de eso son detalles que realmente no me interesan. Lo único que pienso ahora es que me habría gustado pedirle a Christian que viniera conmigo, que no nos dejara solas, aunque Carrick no tenga intención de hacer lo último.

Pero no me importa, quiero a mi marido sano y salvo conmigo, así se esté desquiciando.

***

Phoebe continúa pacíficamente dormida cuando ingresamos en el departamento. Gail, ataviada con un lindo y cómodo vestido turquesa, sale enseguida de la cocina con el cabello rubio cayéndole suelto sobre los hombros y una mirada preocupada ensombreciéndole el semblante. Se acerca suavemente a nosotros y saluda a Carrick.

–Bienvenida, señora Grey. –Deposita los ojos en Phoebe, la expresión dulcificándosele–. Felicidades por su hija.

–Gracias –murmuro con la voz tan ronca como si llevara semanas sin utilizarla.

–¿Quiere un té?

–Por favor.

Ella asiente y se retira.

Carrick me rodea los hombros con uno de sus brazos y nos conduce al amplio sofá, dejándome tomar asiento junto a uno de los reposabrazos mientras él lo hace a mi lado. Desde que salimos del Audi ya en Escala, no ha pronunciado palabra, y no sé con exactitud si eso me deprime más o si se lo agradezco.

–¿No quieres ir a descansar, Ana? Has de estar agotada… por todo. Yo puedo hacerme cargo de Phoebe.

Miro hacia él, ese rostro comúnmente tranquilo ahora luce tan demacrado y pesimista como quien ha sido testigo de un terrible accidente de tren. Quizá debería hacer algo para intentar animarlo y alejar las preocupaciones de su mente, pero ¿cómo podría ser capaz de eso si yo misma no estoy completamente convencida aún de que esto es real?

Porque no puede serlo.

Porque no quiero que lo sea.

El móvil de Carrick suena haciéndome dar un respingo, él mira la pantalla antes de atender.

–Hijo.

Me estremezco. ¿Será Christian?

–Dile a Kate que no se preocupe, Ana y la bebé están en Escala conmigo. Christian pidió que la trajera. –El corazón se me desinfla. No es Christian–. No, otra nota… Sí, la recibió Ana directamente. –Carrick me echa un nervioso vistazo antes de apretarme el hombro tranquilizadoramente y dirigirse a la pared de cristal para proseguir su conversación. No entiendo qué tiene de malo que escuche, todo lo que hay que saber sobre esto ya lo sé.

¿Estás segura de eso?, mi subconsciente me mira por encima de las gafas de media luna con una ceja alzada y la boca torcida en una mueca. No, por supuesto que no lo estoy. Y ahora, para empeorar, no puedes tener sexo en cuarenta días, mi diosa interior hace un puchero de niña escarmentada y se cruza de brazos, furiosa. Suspiro quedamente. Ésa es otra, Christian va a estar como un ogro, no es bueno manejando el estrés sin su actividad de desahogue favorita.

–Aquí tiene, señora Grey. –Gail deja la taza con su respectivo platillo sobre la mesa de café ante el sofá y luego se sienta a mi lado–. Es una niña preciosa –dice suavemente.

–Gracias. Lo mismo pensé yo cuando la vi –por un momento en que me permití ser absolutamente feliz a pesar de todo.

–¿Puedo, si me permite, preguntarle dónde va a dormir la pequeña, en vista de que va a quedarse aquí un tiempo?

La miro, sorprendida y sintiéndome extremadamente idiota. ¡Es cierto, ¿dónde va a dormir?! Ni Christian ni yo previmos nada con respecto a su llegada, quizá porque pensamos que para entonces ya habríamos vuelto a nuestra enorme casa, o sencillamente se nos olvidó. Nadie podría culparnos de ser lo último el caso, pero…

Niego suavemente con la cabeza, diciéndole que no tengo ni idea. Supongo que con Christian-todo-lo-arregla-el-dinero Grey será cuestión de hacer unas cuantas llamadas telefónicas para que nos traigan un cuarto personalizado en un maletín. Y conociéndolo como lo hago seguro será todo extremadamente costoso.

–Bueno, yo… –llama mi atención de nuevo a tiempo de atisbar un rubor trepándole por las mejillas. ¡Gail sonrojada! Esto sí que es un cambio de roles de trascendencia histórica, siempre soy yo la que se sonroja ante ella pese a que ya llevamos unos años conviviendo, mientras que ella es la siempre eficiente y sonrisa-serena-ama-de-casa-esposa-de-Taylor. Se remueve un poco– Me tomé la libertad de preparar algo temporal para la niña pensando que quizá usted y el Sr. Grey estuviesen algo distraídos con la situación actual como para preverlo.

Ladeo la cabeza como suele hacer Christian. Oh, mi Cincuenta. Te quiero aquí, ya.

–¿De veras?

Asiente.

Miro a Phoebe sintiéndome repentinamente avergonzada. ¿Qué clase de padres olvidan preparar una habitación para su hija? Vuelvo la vista a Gail y le sonrío.

–Gracias.

Ella me devuelve el gesto.

–¿Le gustaría verla?

–Sí, me encantaría.

Nos ponemos de pie justo cuando Carrick regresa.

–Kate, Ava y Elliot vienen en camino –anuncia suavemente.

¡Kate! Oh, Kate. La tenaz señorita Kavanagh… mmm, Grey. Ella de seguro va a querer saber absolutamente todo lo que ha pasado con pelos y señales, desde el tipo de papel de la nota hasta cómo me sentí cuando Gail trajo el té, que, desde la mesa, parece reprocharme el abandono dejando de humear. Puede que Kate ya sepa lo que ha pasado gracias a su pericia y odiosa insistencia de reportera, pero eso no necesariamente me salva del interrogatorio, porque con ella al mando nunca se siente como un cuestionario.

–De acuerdo –musito.

–Iré a avisar a Sawyer para que no se altere cuando los vea –me dedica una media sonrisa y se retira con un paso ligeramente robótico.

Miro a Gail preguntándome si esconderme en la habitación del pánico hasta que Kate se vaya sería de muy mala educación. Quizá cualquiera que se le hubiera enfrentado me diría que no, que más bien sería mi movimiento más inteligente, pero al final es mi amiga y está preocupada por mí. Recuerdo que siempre ha estado cuando la he necesitado, estuviera o no consciente de que lo hacía, aunque en ocasiones no acierte con la manera.

Sigo a Gail por las escaleras al segundo rellano del departamento. Entramos en la primera puerta, pero no llego a dar un paso más allá del umbral. Estoy impactada. Las paredes de la habitación son de un suave y relajante color crema con flores blancas repartidas en las esquinas; la unión entre techo y paredes está cubierta por unas suaves molduras blancas que se interrumpen sólo al llegar a la inmensa ventana que da paso a la luz solar; deben ser cerca de ocho de la mañana. Unas finas cortinas etéreas y semitransparentes ocultan la imponente vista de Seattle. Hay una cuna blanca, un cambiador violeta suave, una mecedora de mimbre, unos pufs en el suelo, una cómoda, un armario y un equipo de sonido con algunos estuches de CDs encima.

Entro lentamente, sintiendo que a cada paso una aletargada calma me embarga mientras mis ojos consumen todos los colores y mi nariz absorbe y retiene el delicado olor a vainilla que flota en la habitación.¡Vainilla! No estoy muy segura de querer ese olor y lo que para mí significa relacionado con mi pequeña hija. La pequeña recién nacida a la que después de unas horas en este mundo amenazan con secuestrar también. ¡No! Me acerco a la cuna para alejar esos pensamientos de mi cabeza y distraerme con algo más. Conozco a Christian y lo maniático que puede ser respecto a mi seguridad, y si esto realmente fuera tan grave como no me canso de imaginar, estoy segura que ya estaríamos bien instalados en Australia, a saber.

–¿Qué le parece? –La voz de Gail llega desde un costado del cuarto. La miro y le sonrío con todas mis ganas, realmente esto es una agradable sorpresa después de todo lo que ha pasado.

–Me gusta mucho. Es precioso, Gail, gracias.

Ella asiente luciendo complacida. Bueno, yo también lo estoy.

Me acerco al estéreo y estudio los CDs. Mozart, Beethoven, Tallis… Oh, otra cosa que no quiero aprender a relacionar con Phoebe. De pronto me invade un poderoso sentimiento de gratitud que pudo haber sido provocado por los acontecimientos de los últimos días. ¿Cómo puede pasar tanto en tan poco tiempo? Las lágrimas me inundan el rostro y debo sentarme en la mecedora cuando siento que las fuerzas me fallan.

–¿Está bien, sra. Grey? ¿Tiene algo de malo el cuarto? Si es así podemos cambiarlo, haremos lo que usted quiera… –es evidente que ella no sabe qué hacer con mi reacción.

–No, es perfecto. Te lo agradezco mucho. Desde que Teddy… –me ahogo y soy incapaz de continuar. Abrazo a Phoebe más fuerte contra mi pecho.

–Entiendo –murmura, dándome una triste sonrisa–. Iré a buscar su té.

Y como no me opongo, se va.

Ahora estoy sola con mi bebé, pero como ella está dormida es como hallarme a solas con mis pensamientos. Mis turbulentos pensamientos. ¿Por qué Christian no ha vuelto? ¿Por qué no me ha llamado? ¿Qué ha estado haciendo todo este tiempo? Realmente dudo que continúe descargando su atronadora ira silenciosa sobre el personal del hospital; me atrevería incluso a pensar que está reunido con Barney o con Welch discutiendo algo que ciertamente me incumbe pero de lo que no voy a ser informada para evitar que la presión me "desquicie". ¿Cuándo me he desquiciado, para comenzar? Quizá en mi mente estoy harta de hacerlo, pero jamás lo exteriorizo. Aunque no es que Christian necesite motivos para no decirme las cosas, ha sido así prácticamente desde que nos conocimos. Le gusta estar en control y por algún motivo eso incluye tener el manejo de la información. Es él quien me empuja a arriesgarme desafiándolo para después hacerme sentir mal por ello. Lo peor de todo es que sé que preguntarle es inútil, sólo voy a conseguir enojarme, enojarlo, pelearnos, quizá atraer sus pesadillas de vuelta y justo ahora no puedo calmarlo como a él le gusta.

La cantidad de preguntas sin respuestas, de sucesos sin explicación, de acciones sin motivo genera tantísimas ideas en mi cabeza que de una u otra forma tengo que conseguir aplacar antes de desquiciarme de veras. ¿Quién está detrás de esto? ¿Por qué nos persiguen? ¿Es a nosotros, sólo a mí, más a mí, por mí? ¿Tiene secuaces? ¿Es un hombre o una mujer? ¿Qué están haciendo con Teddy? ¿Por qué me envían mensajes? ¿Han pedido ya un rescate? Me digo que tendré que preguntárselo a Christian cuando lo vea.

Tantos rostros, tantos nombres que desconozco, tantas posibilidades… Ése es uno de los más grandes problemas de estar casada con Christian Grey: tuvo tantas sumisas, es tan jodidamente poderoso y déspota que prácticamente cualquier ciudadano de los Estados Unidos y vayamos a ver si no de algún lugar del extranjero, puede ser un potencial sospechoso. Ahora, ¿existen las pistas suficientes para ir descartando? ¿Qué hace Christian para asegurarse que ningún empleado o ex compañera sexual está involucrada? ¿Cómo puedo saberlo yo?

Unos leves golpes en la puerta me obligan a volver al ahora.

–¿Ana?

Kate se asoma cautelosamente por la puerta antes de abrirla del todo y dar algunos pasos dentro. Lleva unos vaqueros negros ajustados, una camiseta holgada, una chaqueta de cuero y mi taza de té en las manos. Elliot, rubio y con una bella niña en brazos, está detrás de ella. Ambos me estudian detenidamente de pies a cabeza antes de concentrarse en recorrer todo mi rostro, y me ruborizo pensando que quizá debí haberme cambiado al llegar a casa para deshacerme del amplio vestido blanco que ahora me va demasiado grande.

–Hola, Kate y Elliot –sonrío con la esperanza de que dejen de tratarme como una fiera dolorida.

Entran definitivamente, Kate deja la taza sobre la cómoda y Sawyer les trae un par de sillas antes de asentir en mi dirección y retirarse cerrando la puerta.

Me fijo en Ava, despierta aunque somnolienta sentada en el regazo de su papá. Ella es preciosa, un angelito rubio de ojos verdes muy parecida a Elliot cuando ríe pero escalofriantemente idéntica a su madre cuando frunce el ceño, aunque gracias a Dios ella no tiene la misma pinta de preguntona.

Kate toma su silla y la coloca junto a la mecedora, a mi lado, para mirar a Phoebe más de cerca; mi bebé ahora tiene sus grandes ojos azules abiertos y fijos con desconcierto en su tía.

–Oh, Dios, Ana, es lindísima. Tiene tus ojos, pero creo que se parece más a Christian –sonríe y le acaricia una mejilla–. Felicidades.

–Felicidades, cuñadita –canturrea Elliot guiñándome un ojo.

–Gracias –me ruborizo–. También felicidades a ambos.

Me miran desconcertados.

–¿Por qué? –pregunta Kate.

–Por ser tíos, de nuevo.

Nos sonreímos entre los tres.

Mi amiga me mira.

–¿Cómo estás?

Me encojo de hombros.

–La verdad no lo tengo muy claro. Supongo que por ahora es un estado… de embotamiento, quizá porque aún no se me ha pasado el efecto de la anestesia del todo –intento bromear, pero la expresión me traiciona–. Lo que más quisiera justo ahora es tener aquí a Christian, siento que… que lo necesito para mantenerme a flote –la voz se me rompe–. ¿Es muy melodramático eso?

–Para nada, nena –Kate me aprieta cariñosamente la rodilla–. Más bien pensamos… –intercambia una mirada nerviosa con Elliot como si no supiera si continuar o no– que eres muy fuerte. Cualquiera se habría desmoronado ante esto, pero tú sigues en pie luchando por Teddy, por Christian, y ahora por Phoebe.

¿Desmoronarme? Eso sólo ocurriría en caso de…

–Quizá es que aún no he entendido bien lo que está pasando –repongo con cierta amargura.

–No –Kate niega–. Tú siempre has sido así.

Permanecemos en silencio por un rato hasta que le pregunto a Elliot por la remodelación que está haciendo en la casa de algún millonario del que nunca he oído antes. Su voz tiene un curioso efecto sedante que me relaja mientras le escucho relatar los detalles con creciente excitación; él es como Christian: apasionado por lo que hace. Luego le toca a Kate, y su voz hace lo contrario a la de Elliot, pero aún así me alegra poder escuchar que alguien se la está pasando bien para variar; es un escape bienvenido a mi pesadilla personal. Al parecer ella está acosando a alguien para conseguir información sobre unas joyas misteriosamente desaparecidas de una pequeña tienda de la zona. Me sorprende saberlo ya que yo no había escuchado nada, y entonces me doy cuenta que tengo que comenzar a leer el periódico.

Cuando Kate se lanza en un apasionado relato sobre la discusión que mantuvo con un empleado de una estación de servicio, Elliot se levanta y se disculpa para ir a buscar a Carrick con Ava en brazos, seguro para conseguir algo de información con respecto a lo que sucedió en el hospital. Lo veo salir con paso firme deseando poder convertirme en mosca y seguirlo, quizá así consiga enterarme de algo más de lo que sé, que en realidad es nada.

–¿Ana, me estás escuchando?

Mierda. Kate. La miro, ella parece más preocupada que enojada.

–Lo lamento.

–No te preocupes, sé que debes tener la cabeza en un montón de cosas a la vez.

Ni te lo imaginas, pienso en respuesta.

–¿No han sabido nada más del delincuente? –pregunta.

Niego con la cabeza.

–Nada aparte de la nota que recibí hoy –digo como quien no quiere la cosa, evaluando cuidadosamente su reacción. Kate no se inmuta, sólo frunce ligeramente el cejo.

Claro, ella ya lo sabe. ¿Qué más sabe?

–Es escurridizo –comenta.

–¿Sabes si es hombre o mujer? ¿O si hay una lista de sospechosos?

–En cuanto a lo primero, no. Se supone que Christian llevó un equipo de criminólogos, investigadores y forenses para barrer la casa por completo en busca de alguna huella, cabello o pista, pero hasta ahora no hay nada. Y en cuanto a lo otro… –le echa un vistazo a la puerta y luego a mí, indecisa. ¡Oh no, Grey-Kavanagh, no vas a callarte ahora que has destapado el pastel!– Elliot me dijo que Christian ha hecho interrogar a Jack Hyde unas cuantas veces, pero el maldito no ha soltado nada. También ha ido a ver a un tal Linc, que según me enteré tiene motivos de sobra para querer verlo destruido, pero sé poco más que eso.

Jadeo. Joder, esto es malo. Ha hecho que interrogaran a Jack y a Linc y no ha tenido la consideración de decirme nada. Tengo la tentación de preguntarle a Kate por Elena, pero si ella no sabe quién es puedo encontrarme en la comprometida situación de tener que contarle esa parte del pasado de Christian que he guardado procurando mantener en la oscuridad y el olvido. Además, despertar el interés de Kate es tan peligroso como caminar sobre la cuerda floja con los ojos vendados y un montón de espadas con el filo hacia arriba actuando de red de seguridad.

–Y lo más extraño –prosigue sin ser consciente de mis cavilaciones– es que nadie se ha puesto en contacto.

Me mira con el entrecejo fruncido como si realmente no lo entendiera.

–¿En contacto?

–Sí, ya sabes, para pedir un rescate. Saben que tienen al hijo de uno de los empresarios más ricos de todo Estados Unidos y no han lanzado una cifra o tan siquiera una fecha para dar a conocer sus demandas…

Se calla al captar mi mirada de ojos abiertos como platos, pero ya es demasiado tarde. Kate, una vez más, ha dado con el quid de mi problema de falta de información y probablemente con el motivo de que Christian esté especialmente hermético con este tema.

Si el secuestrador no ha exigido nada es porque no tiene intenciones de devolver a Teddy.

¿Quieres dejar de sacar conclusiones apresuradas? Han pasado tan sólo un par de días, puede que el secuestrador sólo espere a que Christian esté lo suficientemente desesperado como para acceder a lo que sea por recuperar a su hijo, espeta mi subconsciente y sé que tiene razón. Es un razonamiento lógico, pero justo ahora yo no tengo intenciones de ser lógica. Y lo que necesito ahora casi tanto como ver a Christian es moverme.

–¿Ana? –Kate se inclina sobre mí, sus ojos verdes brillantes y preocupados.

La miro, determinación tomando el control de mi cabeza.

–Necesito volver a la casa. Quiero que tú vengas conmigo.

Sorpresa e indecisión se aferran por turnos a su rostro hasta que la tenaz ex señorita Kavanagh hace su entrada.

–¿Ahora?

Asiento. Sé que estoy recién operada, pero la anestesia aún no pierde efecto. Además ya no puedo seguir esperando sentada a que mi marido se ocupe de todo. Aunque no lo quiera, le tengo que ayudar.

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