sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 4: Es por Christian

Casi había olvidado cómo era despertar en Escala a las seis treinta de la mañana y contemplar la maravillosa vista que se tiene desde la puerta de cristal del balcón de la habitación principal, especialmente a quién sabe cuántos metros por encima del suelo, en una fortaleza de marfil y obras de arte de incalculable valor. Sin embargo, nada tiene que hacer el idílico paisaje y la calma que transmite junto al espectáculo que ofrece mi Gerente General favorito moviéndose de un lado a otro por la habitación mientras acaba de vestirse y arreglarse. He estado contemplándolo desde que me rendí al insomnio y acabé por levantarme temprano. Christian Grey es un verdadero espectáculo a cualquier hora del día, haga lo que sea que haga.

–¿Disfrutando el espectáculo, Sra. Grey? –Su boca se tuerce con humor mientras me lanza una mirada de reojo y acaba de ponerse el reloj Omega en la muñeca.

–Siempre, Sr. Grey –murmuro tratando de aligerar un poco mi tono y mi ánimo tenuemente ensombrecido por la falta de ese brillo característico en sus ojos. Así sea de ira, la que generalmente tiene que ver conmigo aunque no la provoque yo, de deseo, que sí provoco yo aunque no me dé cuenta, o de humor cuando se ríe de mí o conmigo, sus ojos están encendidos con una chispa que desde ayer por la mañana ya no está. Y eso naturalmente me deprime.

Pero hoy parece que lo está intentando, sacudirse el pesimismo de encima para hacer algo útil, de modo que yo tengo que hacer lo mismo. Por Teddy y por él, porque si por mí fuera estaría justo ahora en posición fetal llorando silenciosamente. Sí, así vas a ser más que útil, me espeta mi subconsciente mientras pone los ojos en blanco y le echa una mirada a mi diosa interior, que sinceramente parece desconcertada. Las ignoro a ambas y vuelvo mi atención a Christian, que se ha puesto el saco y está guardándose su basura habitual en los bolsillos.

–¿Qué pasa, Christian? –pregunto. Está actuando más raro de lo normal, y eso ya es decir. Es evidente que algo lo tiene inquieto. Mira hacia mí con cautela.

–¿Por qué lo dices?

–Porque te conozco. –O al menos hasta cierto punto.

Él suspira y esboza una pequeña sonrisa, su preciosa-derrite-corazones sonrisa tímida y se viene a sentar a mi lado cogiéndome las manos.

–Mis padres quieren venir a media tarde para… brindarnos su apoyo –aprieta los labios como si no lo considerara necesario. Se inclina y deposita un suave beso en mis labios–. Prometo volver a las cuatro para ayudarte.

–Christian, puedo encargarme de tus padres hasta que regreses –pongo los ojos en blanco, pero la verdad es que no quisiera verme en la incómoda situación de ser el único blanco de la tristeza y compasión de Grace y Carrick.

–No, quiero estar aquí. Además, mi padre puede ponerse pesado cuando algo le preocupa y no quiero que te acribille a preguntas –rebate, besándome una vez más antes de ponerse en pie y salir definitivamente del cuarto. Así que Carrick se pone pesado, ¿eh? Pues entonces creo que ya sé de dónde lo aprendió Cincuenta, o igual y ya estaba predestinado a ser así. ¿Habrá influido su niñez en su actual carácter?

Me levanto y lo sigo.

–No tengo nada para ponerme, toda mi ropa sigue en la casa –le digo, viéndolo con el entrecejo fruncido caminar hasta la puerta principal listo para irse–. ¿No vas a desayunar?

–No, nena, tengo una reunión muy temprano –se detiene y me mira, otra vez nervioso y cauteloso. ¿Qué le pasa ahora?– Llama a Caroline Acton para que te compre algo y Taylor lo traerá luego.

–¿Por qué no puedo sencillamente ir a buscar mi ropa?

–Anastasia, ya te lo dije, la policía tiene la casa cercada y no podemos acceder –se pasa una mano por el cabello y sé que no me está diciendo todo, como cosa extraña. ¿A quién quiere engañar? En los programas de detectives que solía ver, las familias permanecían en sus casas aun si uno de los miembros era secuestrado, así que no sé en primer lugar por qué vinimos a Escala y en segundo lugar por qué no podemos ir a la casa. ¿Qué me está ocultando?

–Christian… –comienzo, pero no sé cómo continuar. Es decir, ya se le nota bastante estresado y contrariado, además de que hemos pasado al menos doce horas sin pelear y realmente me gustaría mantener la racha por un poco más. Quizá debería morderme la lengua y dejarlo ser… al menos por ahora.

–¿Qué, Ana? –su voz suena exasperada y su mirada se desvía por momentos hacia la puerta como si estuviera ansioso por marcharse.

Meneo la cabeza, quizá yo también necesito distraerme con algo para no desesperarme, y puesto que no soy ama y señora de ningún mundo sólo se me ocurre una cosa, aunque al Señor Enfado-atómico no le va a gustar.

–Nada –me acerco y le estampo un beso en los labios. Al separarme atisbo un fugaz brillo de "sé que planeas algo que probablemente no me haga gracia" en sus ojos. Demonios, ¿tan evidente soy? Como si llevaras un rótulo brillante en la frente, se mofa mi subconsciente. Le pongo mentalmente los ojos en blanco a la perra, no estoy de humor para su mordacidad y justo ahora no quiero una batalla de voluntades con ella, ni con Cincuenta–. Ten un buen día.

Él asiente, suspicaz, antes de darme un beso en la frente e irse definitivamente.

Entonces me quedo sola en el amplio, silencioso y sumamente familiar salón principal junto al piano. Paseo la vista entre los muebles, las pinturas, por las paredes y el techo absorbiendo los colores, la luz; recordando todo lo que viví en este enorme hasta lo ridículo departamento, todas las sensaciones y todos los sentimientos, todas las peleas con Christian y nuestras reconciliaciones. Cierro los ojos, haciendo un repaso mental de nuestra historia, y cuando me da la impresión de que Christian ya está lo suficientemente lejos de Escala pero no tan cerca de su oficina como para que Taylor esté de regreso, me encamino a la habitación y tomo mi BlackBerry.

–¡Ana! –chilla la excitada voz de Kate al otro lado de la línea.

–Hola, Kate –sonrío. Su efusividad es bienvenida.

–¡Oh, Ana! ¿Cómo va la búsqueda, tienen algo?

Mi corazón se arruga y un poderoso dolor de garganta me hace creer que de nuevo voy a asfixiarme. Kate fue una de las primeras llamadas que recibí cuando la familia se enteró de lo de Teddy, y luego fue la de mamá; al parecer Christian le dijo a mis espaldas, y fue una verdadera tortura escuchar el tono lastimero y quebradizo de mi madre al teléfono. Sí, definitivamente no quisiera repetirlo.

–No, nada nuevo, al menos que yo sepa –¿Cuándo eres la primera en enterarte de las cosas, si a eso vamos?, espeta mi subconsciente y aunque deseo que se calle de una vez, tiene razón. Pero no es momento de recordar cómo Christian siempre me ha mantenido al margen de las cosas. Tengo que aprovechar que Gail fue a comprar víveres para preparar yo no sé qué exquisitez extranjera y no está para avisar a Cincuenta–. Quiero salir un rato y me preguntaba si te gustaría acompañarme.

–Me parece una excelente idea, Ana. Tienes que distraerte un rato, todos sabemos cómo te pones cuando los nervios te dominan. –Pongo los ojos en blanco, todos me dicen lo mismo–. ¿Adónde vamos?

***

Kate y yo nos encontramos a la entrada de la pequeña pero preciosa boutique donde Caroline Acton ha estado comprando mi ropa de embarazada, y mi amiga está por supuesto guapísima. Ha recuperado su figura de modelo, tiene el cabello unos centímetros más largo y cortado en capas que resaltan su rostro y sus expresivos ojos, iluminados con el brillo de una indiscutible felicidad pese a que la pena por lo de Teddy mantiene sus cejas fruncidas. Lo primero que hace al verme es envolverme en un gigantesco abrazo de oso que me veo en la obligación de acabar pronto, sino las lágrimas se me van a salir en plena calle.

–¿Cómo estás? –me susurra mientras envolvemos nuestros brazos juntos y nos adentramos en la tienda.

La boutique es pequeña sólo porque por capricho decidí aplicarle el adjetivo. Y es que después de haber acompañado a Caroline en una de sus compras en Neiman Marcus, no es de extrañar que ya casi nada me parezca lo suficientemente grande. Aunque este lugar está bien y es muy confortable en sus colores borgoña, plata y púrpura con diseños geométricos sencillos en blanco y negro. Muy moderno. Antes de salir de Escala, o escabullirme de Escala como no se cansó de recalcarme mi subconsciente, llamé a Caroline para que me consiguiera algunas prendas de ropa en vista de que no puedo volver a casa y buscar las que ya tenía; sin embargo, lo que ella no sabe es que nos vamos a encontrar.

–Podría estar mejor –contesto hacia Kate sintiendo cómo se me forma un nudo en la garganta.

–Lo sé, Ana. Pero no te preocupes, con la jugosa recompensa que está ofreciendo Christian estoy segura que Teddy volverá pronto sano y salvo.

Me detengo en seco, arrastrándola a ella y haciéndole voltearse en mi dirección, alarmada.

–¿Recompensa? –jadeo. Kate me mira con curiosidad.

–Sí, ¿no lo sabías? Christian la hizo circular por prensa y televisión.

¿Televisión?

–No, no lo sabía –Maldición, Christian, esto sí es para pelear–. ¿De cuánto es la recompensa?

Kate aprieta los labios y frunce las cejas, quizá considerando no prudente contármelo. Por favor, le ruego silenciosamente.

–Diez millones.

¡Mierda! ¡Diez millones de dólares!

Jadeo.

–Creí que lo sabías –repite ella más bajo. Niego con la cabeza, mis ojos abiertos de par en par. ¡No lo puedo creer!

–¿A ti quién te lo dijo?

–Elliot –se encoge de hombros–. Venga, Ana. Quizá Christian pensaba contártelo más adelante, cuando te…

–¿Tranquilizara? –siseo– ¿Crees que alguna vez me voy a calmar o "tranquilizar" sabiendo que algún maldito enfermo tiene a mi hijo? ¿Qué sentirías tú si le sucediera algo remotamente similar a Ava? ¿Cómo lo manejarías?

La expresión de Kate se trastorna ante mis ojos en cuestión de segundos, pasando de pena y preocupación a El grito de Edvard Munch.

–Perdona, Ana.

Oh no. Tiene los ojos húmedos y el labio inferior le tiembla de esa forma que hace que se me derrumbe el mundo encima; la tenaz y fuerte Katherine Grey Kavanagh a punto de llorar ante mis ojos. ¿Qué mierda me pasa?

–No, Kate, perdóname a mí. Estoy sensible y hormonal y tonta y… 

Su rápido y apretado abrazo corta mi discurso, dándome a entender que estamos bien. Kate me echa un vistazo cuando nos separamos, me da un beso en la mejilla y sonríe.

–Somos unas idiotas, eso no hace falta que nadie nos lo diga –dice, haciéndome reír suavemente–. Eso está mejor. Vamos a comprar.

***

Cogidas del brazo, nos pasamos los siguientes cuarenta y ocho minutos caminando por la boutique, viendo prendas y hablando. Kate me cuenta sobre Ava y Elliot, de los planes que tiene para el verano próximo, del ascenso que posiblemente le den en el Seattle Times, de lo mucho que se le hincha el corazón cuando Elliot hace el idiota con Ava… Al percibir mi desazón cambia gentilmente de tema con la facilidad que sólo grandes oradores, o manipuladores en masa, como ella y Cincuenta pueden conseguir sin hacerlo algo brusco o chocante. 

Mirando ociosamente entre las personas, una cabellera rubia llama mi atención y enseguida reconozco la suave vocecilla de Caroline Acton hablando por teléfono… puedo imaginarme con quién.

–Sí, Sr. Grey. Le avisaré cuando termine las compras. –Luego cuelga.

Caroline es, cómo no, rubia, pero no del estilo de Andrea, la AP de Christian, ni de ninguna de las otras empleadas que tiene. Ella es más bien menuda y delicada de facciones y gestos, como si estuviera hecha de cristal. Sus cabellos son amarillos como el oro y sus ojos son marrones, un rasgo que me impresionó cuando la conocí porque jamás he visto una rubia con los ojos así de marrones. Pese a que en su exterior pueda parecer frágil y remilgada, Caroline tiene un carácter firme y en ocasiones audaz, pero es muy eficiente y supongo que tendría que serlo para contar con la confianza de un obseso como mi marido.

Tomo a Kate de la mano y la conduzco entre los percheros con ropa hacia Caroline.

–Sra. Grey –murmura al verme, sorprendida. Tiene en las manos un precioso vestido violeta con tiras cruzadas en la espalda, algo que sin duda usaría en una de las fiestas de beneficencia a las que Christian siempre me arrastra.

–Buenos días, Caroline. Te presento a mi mejor amiga, Kate Grey. Kate, ya te he hablado de Caroline y su maravilloso trabajo. –Mi amiga asiente y ambas se estrechan las manos con formalidad.

–No me dijo que vendría. Ni el señor Grey –comenta Caroline con cierto recelo.

–Bueno –me encojo de hombros, jugueteando con un hilo invisible del cuello de mi camisa–, él está muy ocupado.

–¿Él sabe que usted está aquí? –Me dedica una mueca reprochadora y sé que Christian, si se entera, que lo hará, no sólo me descargará la tormenta eléctrica a mí sino también a ella y probablemente a Kate. Tuerzo los ojos. Me gustaría decir que me siento culpable, pero… bueno, sí me siento un poco culpable. Quizá debí pensarlo mejor.

–Ahora que lo mencionas, la verdad es que no recuerdo haberle comentado…

–¿No le dijiste a Christian? –Esta vez es Kate quien parece horrorizada y reprobadora. ¿Desde cuándo la población en pleno le teme a la reacción de Exagerado Grey?

Estoy por responder con una de las mías cuando mi BlackBerry comienza a sonar en mi bolso con la melodía "Your love is King" y toda la valentía se me drena del cuerpo en conjunto con la sangre. Esto no va a terminar bien. Cojo el móvil y atiendo.

–¿DÓNDE MIERDA ESTÁS? –Tengo que alejar el teléfono velozmente de mi oreja para evitar quedarme sorda. Phoebe se mueve en mi vientre y creo que hasta ello lo ha escuchado.

–Christian…

–¡Y UN CUERNO, ANASTASIA! ¿DÓNDE COÑO ESTÁS Y POR QUÉ SALISTE?

Joder, él está realmente, realmente enfadado.

–Me dijiste que fuera de compras –musito muy bajito.

–¡Te dije que hablaras con Caroline, no que fueras a buscarla! ¡Demonios, Anastasia, ¿sabes el susto de muerte que me he llevado cuando Gail llamó y dijo que no podía encontrarte?!

Oh no, Gail.

–Si no fuera porque he rastreado tu móvil… –se queda callado, y sé que está intentando controlar su genio– Te quiero en el apartamento en veinte minutos, ni uno más, Anastasia.

–Creí que estabas en una reunión –replico. ¡No me puedo creer que el Señor exagero-todo-más-allá-de-lo-racional hubiera dejado a sus socios colgados sólo porque fui a comprar un rato! Sé que quizá debí avisarle, aunque con eso sólo habría provocado que llamara al Ejército para que me impidieran la salida, de modo que si no le conté es por su culpa.

–Sí, lo estaba. Apenas acabó salí disparado de la oficina porque mi descarriada esposa decidió, una vez más, desafiarme y salir sin molestarse en enviar un mensaje. Ahora deja de cambiarme el tema y apresúrate si no quieres que me apersone en la tienda y te traiga yo personalmente.

–¿No te parece que quizá… no sé, exageras un poco?

Escucho cómo coge aire bruscamente. Jesús, he accionado la bomba.

–No, realmente no me lo parece. ¡MUÉVETE, ANASTASIA! ¡TE DOY LOS EXACTOS VEINTE MINUTOS QUE HAY ENTRE ESCALA Y LA TIENDA PARA VENIR, COMO TE TARDES MÁS…! –Otra vez sostengo el teléfono lejos de mi cara sintiendo que la tienda en pleno puede escuchar la explosiva y radiactiva ira Grey– ¿Has entendido? –Me pregunto si una terapia de manejo de ira podría contra él, aunque lo dudo seriamente– ¡Te pregunté si quedó claro!

Caray, cálmate, Grey.

Y en uno de mis ataques de estupidez se me ocurre desafiarle.

–Quiero seguir comprando.

–No lo harás –gruñe.

–¿Por qué no? No estoy sola, hay un montón de gente aquí y ya no hay peligro para mí. Realmente…

–Eso es lo que tú crees –me interrumpe en un susurro, me parece que habla más consigo mismo que conmigo, pero no puedo evitar que las palabras vaguen lentamente por mi cerebro hasta calar profundo en mi central de mando. ¿Persiguiéndome?, ¿alguien está persiguiéndome? ¿Otra vez tras de mí? ¿Tras nosotros? ¿Tiene que ver con Teddy? ¿Acaso nosotros somos la razón de que se lo llevaran?–. Regresarás enseguida –asegura, y sé que no hay discusión. Es mejor no presionarlo.

–¿Quién nos persigue, Christian, y cómo lo sabes? –Me llevo la uña del pulgar a la boca y muerdo. Joder, esto es malo.

–Anastasia…

Venga, Ana, harás que haga implosión, y no será algo bonito para ver. Mi subconsciente está preocupada y mi diosa interior, escondida bajo su chaise longue temblando. No hago caso.

–Respóndeme, Christian. ¿Es por eso que…? –las preguntas se disparan una tras otra en mi mente hasta que una frase me golpea la cabeza tan fuerte que sacude todas y cada una de mis ideas.

Es por Christian.

–No voy a discutir esto contigo por teléfono –espeta.

–Pero tampoco en persona –rebato, sin embargo, bastante distraída con mis pensamientos.

–Si sigues así, por supuesto que no. ¡MUEVE TU TRASERO DE REGRESO O YO LO IRÉ A BUSCAR! ¿FUI CLARO?

–Sí, Christian. Entendí.

–Bien. Apresúrate.

Cuelga.

Me quedo momentáneamente suspendida en una nebulosa de miedo, desconcierto y duda. "¿Quién, cómo, por qué?" son básicamente las interrogantes más apremiantes y cuyas respuestas voy a tener que luchar por conseguir, eso lo sé. Christian, en su fantasiosa idea de protegerme, va a mantener cada retazo de información tan lejos de mis oídos como se pueda, y si está en su mano también querrá encerrarme en su torre de marfil para impedirme averiguar nada. Maldición, es tan frustrante. Ya estoy agotada y eso que aún no me le enfrento.

Miro mi reloj y luego a Kate y a Caroline; no me cabe la menor duda de que mi furioso marido cumplirá su amenaza de venirme a buscar si no regreso enseguida a Escala, y realmente no tengo ganas de ser parte de un espectáculo justo ahora. Me despido de ambas sabiendo que no necesitan explicación ya que pudieron escuchar lo más esencial de la conversación: el tono de Christian. Me despido de mi amiga con un fuerte abrazo prometiéndonos visitarnos pronto, le digo adiós a Caroline y emprendo el camino de regreso a la entrada de la tienda.

No puedo creer que Christian sea tan… maniático. Me pregunto hace cuánto que sabe que van tras él, o nosotros, y por qué está tan seguro. Quizá hasta pruebas tiene; puede que en nuestra casa haya pasado algo malo, realmente malo y por eso no quiere que vaya. Entonces resuelvo ir un día a pesar de la terrible ira de la que pueda ser víctima luego, y quizá hasta me lleve a la tenaz señorita Grey Kavanagh conmigo.

Entro en mi Saab y suspiro al poner la llave en el contacto. Diablos, realmente me gustaría ir a cualquier otro sitio en lugar de Escala; Christian va a estar como un basilisco combinado con un ogro y un horrible dementor, de Harry Potter. No es como que quiera enfrentarme a eso, aunque sé que si no aparezco a la de ya, va a ser mil veces peor. Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta, ¿qué rayos voy a hacer contigo?

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