Bien, me rindo. Abro los ojos y miro el techo sintiéndome irritada y molesta. ¿Hace cuánto de mi último sueño reparador, de esos como Dios manda? Miro a mi izquierda, a Christian, que ladeado hacia mí y con su mano descansando bajo mi barriga de embarazada dormita tranquilamente, completamente ajeno a mis problemas nocturnos. Cómo le envidio. Miro la hora en el reloj de la mesita de noche: las dos cincuenta de la mañana.
Maldita sea.
Es increíble que ni todo el esfuerzo físico que supone jugar, correr y mantenerle el ritmo a Teddy pueda agotarme lo suficiente como para permitirme una reparadora noche de sueño. Y Christian, que siempre ha sido una fuente inagotable de energía, es el primero en quedarse dormido… luego de hacerme el amor, claro.
Sonrío tontamente al recordar todo lo que hicimos en el nuevo cuarto de juegos cuando finalmente Teddy se durmió. Es increíble lo mucho que me estar ahí incluso cuando mi enorme barriga no me permite moverme mucho. Pongo los ojos en blanco al recordar lo que Christian me respondió cuando le dije que a su hija quizá ya le gustaba el sexo: "No habrá nada de eso hasta que cumplas treinta, señorita". Será hipócrita.
Me entran ganas de ir al baño. Ya estoy a poco de dar a luz, y Christian está hecho un mar de ansiedades. Sonrío. Me sacudo su mano de encima y él se remueve y murmura, pero no despierta. Bajo de la cama y me encamino al baño del pasillo para no molestarlo con la luz.
Escucho un ruido de pasos y me paro en seco.
¿Será Taylor? No, eso es ridículo. ¿Qué haría él dentro de la casa a estas horas? Y Gail debe estar con él, así que tampoco. Frunzo el ceño. Doy media vuelta, presintiendo algo. Oh, Dios, por favor, que sólo sea mi imaginación, sólo eso, repito mientras corro lo más rápido que puedo hacia la habitación de Teddy.
Santa mierda, la puerta está entreabierta, y cuando Christian y yo lo dejamos juraría que quedó cerrada. Paso del nudo en mi garganta y de mi sentido de la preservación gritando ¡Lárgate de allí, tonta! Y entro. Siento que las fuerzas me fallan cuando veo una figura encapuchada inclinada sobre la cuna, cogiendo a mi Teddy dulcemente dormido.
Joder, ¿qué hago? ¿Llamo a Taylor, a Christian? ¿Golpeo al intruso? Sí, eso parece lo mejor por lo pronto, pero ¿con qué? No creo que los peluches de mi hijo realmente puedan hacer más que enfurecer al intruso. ¿Y si está armado?
¡Joder, Ana, haz algo ya!, me chilla mi subconsciente. Mi Diosa interior está metida bajo su chaise longue temblando y llamando a su mamá. Pero ella tiene razón.
Miro por los alrededores y encuentro una lámpara de pie cerca de la puerta, la cojo y con todas mis fuerzas de mamá enojada la aviento en un golpe directo a la cara. Teddy cae sobre la cama, despertándose con un grito y llanto, y el intruso se desploma con un ruido sordo al piso. Yo, parada en medio de ello, miro como si no fuera parte de la escena.
¡Llama a Christian!
–¡Christian! –chillo mientras cojo a Teddy en mis brazos y me precipito a la puerta.
–¡Papi! –grita mi bebé cubierto de lágrimas y temblando, con su preciosa carita lívida. No alcanzo a dar un paso con él cuando tropiezo y me caigo.
No, no me caigo, el encapuchado me ha cogido por el tobillo. Afortunadamente no quedo ni sobre Tedd ni sobre mi barriga, pero el dolor pulsa a través de mi cuerpo en oleadas tan nítidas que sé con seguridad que tuve que haberme roto el tobillo. Siento una poderosa bofetada en la cara que me deja con la cabeza dando vueltas, confusa; mis oídos zumban y realmente me cuesta concentrarme.
¿Dónde está Tedd? ¿Dónde está Christian?
Recupero la consciencia a tiempo de ser parte de una escena y de contemplar otra.
Christian llega corriendo a mi lado vistiendo sólo sus pantalones de pijama, el cabello revuelto y la alarma inundando su precioso rostro. Se agacha a mi lado, intentando levantarme, pidiéndome que lo mire para asegurarse que estoy bien, pero mis ojos están firmemente clavados en el encapuchado descendiendo por la ventana con mi hijo en brazos.
Boqueo y me retuerzo. A él le toma sólo una fracción de segundo contemplar el caos reinante y entender lo que pasa. Se lanza a la ventana, pero ya es tarde.
–Ana… –jadea, sin saber exactamente qué hacer.
–¡Ve por Theodore! –le grito cuando finalmente encuentro mi voz.
Él asiente, pálido, y sale disparado escaleras abajo, llamando a Taylor por el móvil mientras lo hace.
–Hay un intruso. Bloquea las puertas, intercéptalo. No, no lo sé –percibo su exasperación–. Tiene a Tedd…
Y luego ya no escucho más de él.
El pánico, la adrenalina y un montón de cosas más fluyen a través de mi torrente sanguíneo mientras el dolor de cabeza por el golpe recibido, el del tobillo y el del alma por mi pequeño siendo secuestrado hacen aparecer puntitos ante mis ojos. Siento que quiero vomitar, pero me da miedo no poder levantarme y acabar ahogándome con mi propio vómito. Al final sólo sé que comienzo a perder la consciencia y lentamente me hundo en el terrible, vasto y profundo negro pensando sólo una cosa.
Por favor, Christian. Recupera a nuestro bebé.
Me gusta, etiquetame, por favor(Almudena)
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