A las doce y media del día ya estamos todos los Grey reunidos, y con todo, el salón del departamento sigue siendo imponente y enorme; somos diez personas y da la impresión de que para que este lugar se vea lleno habría que traer unas ochenta o así. Grace y Mia se van a la cocina con Gail a preparar algunos tragos y pequeños bocadillos. Elliot, Kate y Carrick están sentados en el gran sillón cerca de mí inmersos en una conversación sobre la empresa de Elliot y lo sonada que está volviéndose no sólo en suelo estadounidense, sino a nivel mundial. Christian permanece junto a la puerta principal intercambiando palabras con Taylor; lo miro y vagamente pienso que sólo por esta vez no me urge saber de qué tanto hablan, sólo por esta vez quiero sencillamente dejar de pensar.
Al acceder a casarme con Christian y ser una Grey, supe que de ese momento en adelante pasaría a formar parte de una gran familia en crecimiento, bastante numerosa especialmente en las reuniones. Ahora, viéndolos a todos en el salón de mi primer hogar con mi marido, no puedo evitar sentirme feliz. Antes mi familia eran mamá con sus cambiantes esposos y Ray cada vez más lejos, y yo era feliz con eso, no me podía quejar y nunca lo hice, pero siempre quise… no sé, algo como esto. Me sonrío interiormente al pensar en nosotros como una jauría de lobos, cada miembro velando por los otros y asegurándose que todos puedan sacar partido de lo que hacen.
Sí, definitivamente me gusta ser una Grey, aunque sigue gustándome ser una Steele.
Por un momento me permito distraerme con el recuerdo del día anterior, de mi "misión secreta" y los veinte mil dólares que habré de pagarle a ese canalla por el "favor" que me va a hacer.
______
Mientras subíamos en el ascensor ya de regreso al penthouse, la tensión sexual entre Christian y yo era tan poderosa que un minuto más sin tocarnos o llegar a nuestro destino y el elevador habría explotado. Todos los músculos de mi cuerpo estaban en guardia mientras atravesaba el departamento y depositaba a Phoebe en su cuna, dentro de nuestra habitación. Me la quedé mirando, con los ojos azules abiertos, explorando, y torcí la boca. Christian llegó enseguida, me abrazó por detrás envolviendo sus brazos a mi alrededor antes de apoyar la barbilla en mi hombro.
–Es preciosa nuestra princesa –murmuró cerca de mi oreja, sus dedos trazando suaves dibujos en mis costillas.
Me estremecí suavemente al sentir su aliento en mi cuello, sus dedos enviando olas de calor por mi torrente sanguíneo, haciendo que la sangre acelerara y me sensibilizara.
–¿Tienes frío? –preguntó, girándome para tenerme frente a él.
–No exactamente –musité con suavidad. Me mordí el labio inferior mientras contemplaba sus oscurecidos ojos grises.
¡Dios, cómo le deseaba!
Ladeó la cabeza como si no acabara de entender qué quería decirle, a qué venía mi tono ronco… Sí, como si Christian Grey no oliera a kilómetros la excitación recorriendo mis venas. Fue paradójica su reacción. Tensó la mandíbula y sus dedos se aferraron con más fuerza a mis brazos, pero retrocedió un paso mientras negaba con la cabeza suavemente. Mi ceño fruncido se disparó.
–No me mires así, sabes que aún no estás bien –una media sonrisa pugnaba por escapársele mientras intentaba mantener el semblante serio.
–Por favor –rogué–. Ni siquiera haré esfuerzo alguno. Sencillamente voy a permanecer tendida en la cama mientras tú haces todo el trabajo como tan bien sabes –le sonreí brillantemente.
Torció la boca y sus ojos brillaron con humor, pero no respondió. Leí la vacilación en su mirada tan claramente como si llevara un rótulo brillante en la cara; en ese sentido mi marido no era un hombre demasiado complicado, y además tenía de mi parte su más grande debilidad: no tocarme.
–Unas palabras muy convincentes, sra. Grey –se burló–. Puede incluso que me plantee su petición…
–Lo único que debe plantearse, señor Grey, es si quiere o no poner algo de música; dejo el tema a su elección.
Me acerqué a él hasta que nuestros pechos casi se tocaron. Deslizando las manos por su nuca y sus mejillas, enredé los dedos en su cabello y atraje su boca a la mía. Nos fundimos en un beso suave que lentamente se volvió cada vez más hambriento, más voraz. La sangre cantaba en mis venas el nombre de Christian como lo haría un coro eclesiástico: alto, claro y fuerte. Nuestras lenguas se enredaban juntas e involuntariamente me encontré repitiendo los movimientos con los dedos; sus sedosos mechones de cabello cobrizo me acariciaban la piel de forma tal que el botón constrictor de músculos ventrales se activó. Las manos de Christian recorrían suave y sensualmente mi cuerpo, apretando, tocando, pellizcando, hasta que rozaron los bordes de mi herida y no pude evitar evocar un gemido de dolor en su boca. Al separarse reparé en que los ojos le brillaban, pero ya no de excitación sino de furia.
–¿Ves?, de esto hablaba. ¡Caray, ¿por qué sencillamente no puedes estarte tranquila por un rato?! Te lo repito, Ana, no estás lista –me dijo con la claridad con la que se le habla a un niño.
–Sí lo estoy –protesté haciendo un puchero–. Por favor, Christian.
–No, Anastasia –sus labios eran una fina línea prieta mientras contemplaba el anhelo en mi rostro y se pasaba ambas manos por el cabello.
Miró a nuestro alrededor hasta que encontró el argumento que necesitaba para disuadirme del todo.
–¿Por qué insistes en que Phoebe duerma con nosotros? –preguntó, haciéndome recelar. ¿A qué venía semejante cambio de tema?
–Porque esta vez quiero… llegar… a tiempo –dije, cuidando de darle oportunidad de anticiparse a cada una de mis palabras.
Sus ojos atenuaron el poco brillo que el nacimiento de Phoebe consiguió devolverles, fue el único cambio en su expresión.
–¿Y te parece correcto que hagamos el amor delante de nuestra hija?
Me quedé de piedra al escucharlo, el cuerpo repentinamente se me convirtió en un cubito de hielo. ¡Santo cielo!, ¿qué clase de madre era? Debería darte vergüenza, me acusó mi subconsciente moviendo la cabeza de lado a lado. De hecho, sí me daba.
Estudié los ojos de Christian, todo su rostro, en realidad. Amargo, pero el triunfo poblaba cada centímetro de tan bella cara.
______
En aquel momento dejé que me disuadiera esa idea, pero ahora, meditando un poco, me doy cuenta que él, de yo haber estado sana, no se habría opuesto al sexo sólo porque nuestra hija de pocos días estuviese presente. Seguro me hubiese salido con "es demasiado pequeña para entender lo que pasa y para recordarlo" si la renuente hubiera sido yo.
Suspiro hondamente meneando la cabeza. En ocasiones ese hombre es demasiado listo para mi gusto.
Taylor asiente antes de retirarse. Christian se vuelve en mi dirección arrugando suavemente el entrecejo pero tan pronto me ve, relaja la expresión y hasta una sonrisa se le dibuja. A mí se me dispara el pulso, aunque eso lo hago casi por deporte. Al poco lo tengo sentado junto a mí.
–¿Cómo te sientes? –pregunta deslizando su dedo por mi mejilla y mi garganta.
Me sonrojo.
–Estoy bien. ¿Todo bien con Taylor? –murmuro tentativamente. Mi diosa interior y mi subconsciente aguardan tan expectantes como yo. ¿Hablará?
Suspira y me besa levemente.
–Te lo contaré cuando todos se vayan.
Abro los ojos de par en par.
–¿De verdad? –no puedo disimular el asombro en mi voz. ¡Cierra la boca, Ana! ¡Te vas a tragar una mosca!
Lo hago.
Christian esboza una media sonrisa mientras desliza su brazo sobre mis hombros y nos atrae a Phoebe y a mí a su cuerpo.
–¿Sorprendida, sra. Grey? –baja la cadencia de su voz a un nivel que pone en peligro la velocidad actual de la circulación de mi sangre.
–¿Debería? Tomando en cuenta que usted me tiene por diario, señor Grey… –repongo suavemente.
–¿Acaso se burla de mí, sra. Grey?
–¿Yo? Jamás me atrevería, especialmente porque ahora sé que tu afición a atarme ha encontrado nuevos métodos.
Tuerzo los labios con reproche. Él me devuelve una sonrisa tan franca y deslumbrante, relajada, que no puedo hacer nada por impedir devolvérsela.
–Y eso que aún no has visto todo mi repertorio, nena.
Acaricia mi oreja con su nariz mientras la mano que reposa sobe mi hombro delinea suavemente el contorno de mis clavículas con dedos lentos, tentadores, crueles.
–No inicie, señor Grey, lo que no está dispuesto a terminar –refunfuño sacudiéndome su brazo de encima.
Christian aprieta los labios y sé que sólo es para no reírse. Haciendo gala de su inteligencia a veces obtusa, opta por cambiar de táctica.
–¿Cómo está mi princesa de ojos azules?
Phoebe parece reconocer el apodo que Christian le puso tan pronto verla, en el hospital, porque mueve sus ojos hacia el rostro de su papá y casi me parece ver una sonrisita por ahí. Christian alarga una mano para coger la de ella; me dirige una sorprendida mirada de ojos vidriosos con sonrisa tímida incluida cuando nuestra nena cierra su manito en torno a su dedo índice. Ese momento –él inclinado sobre ella, observándola con adorada fascinación, con su mano en mi pierna y los ojos rebosantes de lágrimas de felicidad– para mí es sencillamente perfecto.
Él se retira suavemente sin deshacer su unión con Phoebe y sin dejar de sonreír como si tuviese los músculos trabados. Me da un suave y agradecido beso que me parece durar por siempre; nuevamente nos internamos en nuestra burbuja privada y por un instante siento que el mundo podría irse a la mierda sin que a mí me importase demasiado.
Aunque, eventualmente, el aplastante silencio en la habitación nos alerta. ¿Ahora qué?
Miramos alrededor tratando de entender a qué se debe el repentino silencio.
–¿Qué? –pregunta él tan confundido como yo.
–Es que… se veían preciosos. Sólo… –a Grace se le corta la voz y una lágrima se le escapa, aunque consigue detenerla con el pañuelo que le cede Carrick. ¿En qué momento regresó de la cocina?
Christian y yo nos miramos, perplejos. Pienso que quizá no sólo los paparazzi están pendientes de cada uno de nuestros movimientos, y eso me desconcierta. Esto me recuerda el día que Grace escuchó cantar a Christian por primera vez, mientras tocaba el piano en su casa… De veras no me parece que seamos un espectáculo tan fascinante como para enmudecer una sala. Quizá no es tanto lo fascinante como lo raro, allí, la desgraciada de mi subconsciente sale con daga en mano a clavármela en pleno estómago.
Como no sé qué más hacer, me sonrojo furiosamente. A mi lado, Christian se ríe.
–No importa cuántos años tenga, voy a seguir siendo el niño sorprendente de mi madre –masculla intentado sonar levemente exasperado, pero la sonrisa se le escucha en la voz.
–Siempre, cariño –dice Grace dedicándole una cálida sonrisa.
–No sé qué te sorprende. Tú y Elliot siempre fueron los raros de la familia, uno no puede evitar observarlos de reojo para ver qué nuevo truco harán esta vez.
Una carcajada colectiva rompe el francamente perturbador silencio y la gracia se la debemos a Mia. Christian le lanza una media sonrisa y ella le saca la lengua de vuelta. Creo que jamás dejaré de decirlo: Mia Grey es un encanto.
Las conversaciones se reanudan con desenfadada naturalidad. Kate, con Ava sobre las piernas, se nos acerca.
–Dime, Ana, ¿cuándo regresas a trabajar? –pregunta con una inocencia digna de una actriz tan soberbia como lo es ella. A mi lado siento cómo Christian se tensa, presumiblemente fastidiado.
¿Qué intenta hacer Kate? ¿Meterme en problemas? ¿Hacerme pelear con Christian cuando más unidos necesitamos estar? Joder, ¿por qué es tan metomentodo? Y lo peor es que ella sabe que en definitiva esto va a desembocar en un enfrentamiento, ella lo está provocando. ¿Acaso busca confrontarlo utilizándome como arma principal?
¡Demonios, Kate!
–Aún tengo reposo por maternidad, Kate –contesto secamente, fulminándola con la mirada. Ella me ignora–. Además, trabajo desde aquí.
–Sí, pero eres la jefa de tu compañía y no puedes pasarte la vida encerrada en casa trabajando desde la Mac. –Dirige sus envenenados ojos verdes hacia Christian por tan sólo una fracción de segundo.
Santo cielo, ¿de veras quieres jugar con Cincuenta? Yo no te lo recomendaría.
–No es la vida, sólo hasta que… las cosas se resuelvan.
¡Rayos! Otra vez las lágrimas no. ¡Y con todo lo que me costó conseguir retenerlas!
¡Teddy!
–No, Ana… No llores, lo lamento. Soy una idiota insensible, perdona –posa su mano sobre mi rodilla y le da un suave apretón, los vivaces ojos verdes ahora destilando culpa. ¡Pues sí debería sentirla!
–Lo eres –murmura Christian tan bajo que tengo que girarme para descartar el habérmelo imaginado. Por la expresión atónita y molesta de Kate, es evidente que ella sí lo escuchó.
Mi marido luce su más peligrosa, brillante y fija mirada gris hierro o gris tormenta el día de una ejecución pública. Kate se ha pasado con sus comentarios sabiendo cuál es nuestra situación, pero eso no impide que tema la confrontación entre el titán y la guerrera.
–¿Qué has dicho? –exige ella perdiendo color pero ganando actitud.
Mierda.
–Lo que escuchaste –sisea Christian en aparente calma–. Aunque no seas capaz de ponerte en su lugar, sabes que Ana está en una situación donde resiste o se derrumba mientras la angustia, el miedo y múltiples factores hacen mella en ambos. Hacemos cuanto podemos, adaptamos nuestras decisiones y nuestros movimientos a la situación, y tú no tienes derecho alguno a blandir tu viperina lengua en nuestra dirección sólo porque mi hermanito no tiene los huevos suficientes para enfrentarte cuando te pones insoportable, que a mi parecer sucede con bastante frecuencia. Mientras tú me atacas indirectamente por restringir a Ana cuando hay una amenaza sobre nuestras cabezas, no te das cuenta de lo mucho que la hieres con tu maldita actitud. Si fueras una buena amiga te importaría una mierda el maldito trabajo o si se la requiere en la oficina, porque ahora quienes nos necesitan más son Tedd y Phoebe. Por consiguiente, Katherine Grey Kavanagh, cuida tu boca o me vas a conocer.
Dicho lo cual, dejándonos heladas a ambas, toma a Phoebe de mis brazos y se retira a la cocina con paso fuerte.
Me muerdo el labio inferior. Demonios, eso fue incómodo e intimidante, aunque pudo haber salido peor. Arriesgo una mirada al frente; Grace está mirándome con cara de no entender. Le sonrío tímidamente, o eso pienso yo que hace mi cara, antes de volverme a Kate. Mi amiga luce trastornada, abatida y por lo menos más cansada de lo que estaba hace un momento. Se lo tiene merecido. Ya era hora que alguien le dijera que se callara, espeta mi subconsciente sin darle mayor importancia; quizá debería estar de acuerdo con ella, pero Kate es, al final, mi mejor amiga, mi cuñada y la madre de mi sobrina.
Kate no es mala amiga.
–Oye… –me muerdo el labio, no sé cómo continuar.
–Estoy bien, Ana. No te preocupes. Tu flamante marido no puede hacerme daño.
Se ríe suavemente para quitarle hierro al asunto. Oh, Kate. Su cuerpo la traiciona. Las manos le tiemblan, los ojos se le enrojecen y el labio inferior… ¡No, Kate!
–Discúlpame un momento –dice levantándose, dejando a Ava junto a mí y casi corriendo hacia el baño. La sigo con la mirada, preocupada, preguntándome si debería ir tras ella. No obstante, me parece que si lo hago entonces la atención va a recaer sobre nuestro pequeño altercado y realmente no quisiera.
Miro a Ava, tan desconcertada como yo pero mucho más inocente y tranquila. Luce sencillamente angelical con su vestido rosa chicle y ese simpático moñito aferrado a sus rizos rubios. Así como con Christian, Dios se esforzó especialmente cuando la creó. Si Teddy estuviera sentado a su lado, serían la parejita de niños más hermosa sobre la faz del planeta.
Hago una mueca y suspiro. Esto sí que es sencillamente perfecto; mi marido enojado en alguna parte de la casa y mi mejor amiga llorando por otra. No sé si alguno de los presentes ya se habrá dado cuenta de las dos ausencias, pero es seguro que no quiero verme asediada por las preguntas.
Así pues tomo a Ava en brazos y hago mi camino lenta y despreocupadamente a la cocina; casi puedo sentir los ojos de Grace siguiéndome hasta perderme de vista. Me sorprendo cuando al entrar en la enorme cocina de acero inoxidable descubro que Christian y Phoebe no están ahí. No me parece probable ni nada normal en el Cincuenta enojado que tan bien conozco, que hubiera podido ir a buscar a Kate para disculparse, especialmente porque cuando Christian tiene la razón y lo sabe, no hay modo de que dé su brazo a torcer. Debe entonces estar en su estudio.
¡Bingo! Él y Phoebe están ahí.
Espío por la puerta entreabierta a dos de los amores de mi vida. La luz de media tarde entra a raudales por el inmenso ventanal que Christian tiene a su espalda como si de una poderosa cascada de oro se tratase. Sus cabello cobrizos brillan como una piedra preciosa haciendo, sorprendentemente, que dé la impresión de tener un halo rodeando su cabeza.
Espío por la puerta entreabierta a dos de los amores de mi vida. La luz de media tarde entra a raudales por el inmenso ventanal que Christian tiene a su espalda como si de una poderosa cascada de oro se tratase. Sus cabello cobrizos brillan como una piedra preciosa haciendo, sorprendentemente, que dé la impresión de tener un halo rodeando su cabeza.
Me quedo boquiabierta. ¡Cincuenta sombras de mierda con un halo! Jesús, ¿quién lo hubiera creído? Y Christian que insiste que no es digno de bendiciones… ¡pues Dios no parece estar de acuerdo! Ojalá tuviera la cámara a mano. Sonrío, ¡qué vista!
–¿No es bonito? –me llega el suave murmullo que es su voz cuando le habla a Phoebe. Alza algo como para enseñárselo, y descubro asombrada que se trata del planeador que le traje del viaje a casa de mi madre. Ambas lo miramos con curiosidad– Me lo regaló tu mami cuando… fui lo suficientemente estúpido como para no saber valorarla lo suficiente. –Baja la mirada. Parece triste, contrito–. Ella es una persona increíble, me dio millones de oportunidades después de eso, y nunca tuvieron nada que ver con el dinero. De hecho, le molesta que gaste una suma "alta" en ella, ¿te lo puedes creer? –Frunce el ceño como si él mismo no acabara de hacerlo–. Como si eso fuera a dejar de pasar. No entiendo qué tanto le cuesta entender que si me pidiera el mundo, yo se lo compraría así eso me dejara en la bancarrota y con importantes deudas… Ana es lo principal para mí. Están tú y tu hermano, además de mi familia y mi empresa, pero ella… es mi diosa de ojos azules. No hay quien se le pueda comparar.
–Si sigue así voy a acabar hecha una magdalena, señor Grey.
Paso y cierro suavemente la puerta. Sus ojos se sorprenden cuando me ven pero enseguida se suavizan antes de volverse cautelosos y acerados. Seguro piensa que vengo a reñirlo, y aunque eso es lo que debería hacer por la forma en que trató a Kate, no puedo. No después de haberle escuchado cómo le hablaba a nuestra hija de mí, aunque ella no lo recordará en un futuro.
–Las únicas lágrimas que quiero provocar en usted son las de alegría, señora Grey. ¿Sería ese el caso? –pregunta suavemente.
–Lo sería –confirmo.
Siento a Ava sobre su escritorio vacío. Los ojos se le iluminan al ver a su tío casi tanto como cuando se abraza a su papá. Christian también la adora, creo que en cierto sentido le recuerda a Mia de pequeña.
–¿Vienes a pelear conmigo? –inquiere con fingida indiferencia.
–Venía.
–¿Ya no?
–No, señor Grey.
–¿A qué se debe el cambio de parecer en una mujer tan obstinada como usted, sra. Grey? –ahora los ojos le brillan con humor. ¡Pero qué voluble este hombre!
–A que sin pretenderlo me hiciste sentir amada y especial –me inclino sobre el escritorio y le beso los labios–. Gracias.
–Nos proponemos complacer.
Le sonrío tímidamente, y él a mí. Sé que parecemos un par de idiotas, y probablemente Ava esté agradeciendo que su padre y su tío no sean hermanos consanguíneos por si la rareza es hereditaria. Pero no puedo evitarlo, especialmente porque me sorprende la capacidad de Christian para hacerme olvidar el enojo y sólo amarlo como si mi vida dependiera de ello.
En cuanto a la reprimenda, quizá durante la cena.
***
El tintineo de los cubiertos al rozarse entre sí es el único sonido que acompaña nuestras suaves respiraciones mientras comemos la ensalada que Christian sacó del refrigerador. Si por él hubiera sido, ahora estaría llenándome el estómago con cualquier cantidad de carbohidratos, proteínas, grasas… De nuevo dice que estoy adelgazando demasiado. Fastidioso Cincuenta.
Tomo mi copa de Reisling y le doy un sorbo mientras intento decidirme de una buena vez. Es dulce y delicioso. ¿Lo abordo? ¿Me quedo callada? ¿Espero un poco? Joder, se trata de mi irritable marido, no de la ira de Dios.
Claro que lo diré.
–Kate se echó a llorar cuando te fuiste con Phoebe –comento levemente.
Christian suspende el tenedor a centímetros de su boca por un segundo, luego decide seguir comiendo como si no le afectara lo que acabo de decirle. Mastica con lentitud, da un trago a su copa, se limpia la boca con la servilleta y me mira.
–¿Lo hizo? –su tono y su semblante son dos perfectas máscaras, no puedo siquiera adivinar qué está pensando.
–Sí. Creo que tu acusación de ser una mala amiga realmente la afectó.
–A mí me afecta que siempre abra la boca cuando menos lo necesitamos –replica.
–Lo sé. Ella es sólo un poco… –hago un gesto vago con la mano mientras busco la palabra adecuada.
–¿Irritante? ¿Entrometida? ¿Insensible?
Da otro trago al Reisling. Ahora sí está enfadado.
–Sólo dime, Ana, si alguna de las cosas que le dije fue mentira y te prometo que me iré ahora mismo a pedirle disculpas en persona –me fulmina con sus ojos grises acerados en tanto su tono filoso y susurrante me hace estremecer. Se levanta, recoge nuestros platos y los lleva al fregadero, tomándose un momento para calmarse.
Aprovecho la oportunidad para hacerle un examen visual rápido. Los hombros están rígidos, parece que por la columna le atraviesa una vara de metal y sé sin lugar a dudas que si justo ahora le sigo presionando, va a explotar. No voy a darme por vencida con esto, pero por esta noche quizá es suficiente.
Me remuevo un poco en la banqueta. Bueno, pasemos al segundo tema de la agenda.
–¿Qué era lo que discutías hoy con Taylor?
Los músculos de la espalda se le contraen, pero no responde.
–¿Christian?
No se mueve.
Venga, atácalo con la artillería pesada, pica mi subconsciente.
–Dijiste que me lo contarías –le reprocho.
Suspira pesadamente y se da la vuelta. Se acerca a la isla, manteniéndose frente a mí pero del otro lado. Vagamente me pregunto si la tensión en su rostro debería preocuparme o parecerme natural en él.
–¿Recuerdas aquel texto que recibiste?
Parpadeo un par de veces sin comprender. ¿Qué texto? ¿Suyo? ¡No, idiota! ¡El de la amenaza!, mi subconsciente pone los ojos en blanco tan exageradamente que deseo que se le queden atorados así para que aprenda a no fastidiarme. Vuelvo mi atención a Christian ahora frunciendo el entrecejo.
–Sí.
¿Por qué siento que mi estómago se está preparado para recibir un golpe?
–Bueno, hice que lo rastrearan con la esperanza de que el autor del mensaje fuese lo suficientemente estúpido como para no activar una protección anti rastreo…
–¿Eso existe? –salto, interrumpiéndolo. Jesús, creo que investigaré un poco más acerca de eso.
Christian me lanza una mirada de censura que ya sé lo que viene a decir: "ni creas que tú vas a poder escapárteme entre los dedos con semejante truco". Aprieto los labios y asiento para que continúe.
–Sí, existe –entrecierra los párpados–. En fin. Barney y Welch se pusieron a investigar y ayer por la tarde el dispositivo finalmente apareció en el radar. Eso enseguida disparó las sospechas de mi equipo; ¿por qué se dejaba detectar justo ahora? ¿Sería descuido del dueño o algo planificado? Como sea, les pedí que me dieran su ubicación exacta y… resultó ser que estaba a la entrada del Grey House.
Mis ojos se abren tanto que si no estuviera tan impactada, podría temer que se me cayeran del rostro. Santa mierda, en el edificio de Christian.
–¿Quién lo tenía? –pregunto apenas con un hilillo de voz. ¿Estoy preparada para su respuesta?
Pero él niega suavemente con la cabeza.
–Tan pronto saber eso, los tres bajamos con dos de los guardas de seguridad. Barney traía la Mac desde donde estaba rastreando la señal. Caminamos un poco a través de la entrada y tras una de las columnas lo encontramos. Era un Samsung Galaxy S5, ni siquiera han salido al mercado todavía… –sacude la cabeza con incredulidad–. Los tres nos pusimos guantes quirúrgicos para poder manipularlo sin arriesgarnos a dejar nuestras huellas impresas; aquélla era una pieza importante en la investigación del caso y tarde o temprano tendríamos que remitírsela al agente Rancoff y sus hombres. Welch lo tomó y comenzó a indagar dentro de él, de su sistema, sus aplicaciones y demás buscando cualquier cosa que pudiera llevarnos a cualquier lugar que no fuera el pozo donde estamos ahora… Eso le tomó unos minutos antes de que la pantalla se oscureciera como si la pila hubiese muerto, luego apareció un mensaje en letras blancas. Decía… –niega suavemente con la cabeza y prosigue– Los tres nos quedamos perplejos; como es un tipo de tecnología que ni siquiera ha salido a la venta y que no hemos podido estudiar a fondo, realmente no sabíamos qué hacer. Pero claro, ninguno de nosotros esperó jamás que aquél cacharro tan delgado contuviese un pequeño explosivo de activación por calor, muy sensible. Y claro, mientras Welch lo revisaba se activó el mecanismo.
Me tapo la boca con ambas manos. ¡Una bomba! ¡Quién joder coloca una bomba dentro de un teléfono! ¿En Grey House? ¡Santa jodida, muy jodida mierda! Quiero estirar la mano para coger la suya pero estamos algo lejos y los músculos no me responden. Sólo puedo contemplarlo como una quedada.
–Uno de los guardas de seguridad se dio cuenta a tiempo de lo que era cuando escuchamos el suave "click" dentro del teléfono. Se lo arrebató de la mano a Welch, lo tiró a mitad de la calle y nos empujó detrás de una de las columnas. No te voy a negar que me sorprendió el alcance destructivo de un explosivo que en tamaño no debió ser demasiado grande; quizá su función primaria era causar más alboroto que daños –medita para sí. Sacude la cabeza para eliminar sus erráticos pensamientos y me mira–. Tuvimos que llamar a la policía, al cuerpo de bomberos y desalojar todo el edificio para que se hiciera una inspección minuciosa y completa con el fin de asegurarnos que no había otra de esas malditas cosas oculta por ahí –se pasa una mano por el cabello, lo dientes rechinándole–. Es la segunda vez que se meten con mi edificio, aunque, por suerte, la estructura no sufrió daños importantes.
Me estremezco.
Dios, él tiene razón, ya es la segunda vez. La cosa es que en la primera el ataque le fue dirigido con la única intención de dañarlo, pero ahora… ahora…
–¿Qué decía el mensaje?
–¿Qué? –frunce el ceño. Es evidente que está distraído.
–El mensaje en el móvil antes de explotar, el que apareció en la pantalla. ¿Qué decía?
El cambio es instantáneo. Sus labios se presionan juntos en una fina línea prieta, tensa la mandíbula y al fondo de sus ojos se cierran pesadas compuertas. Es evidente que voy a tener que insistir para sacarle algo.
–Cuéntame, Christian. Ya bastante agradecido deberías estar de que estoy demasiado preocupada por lo que me cuentas como para prestar mayor atención al detalle de que ha pasado un día desde el incidente y yo, tu esposa, vengo a enterarme ahora. Si no me lo dices puedes estar seguro que me voy a enfadar como el infierno –me cruzo de brazos y alzo una ceja. Bueno, Grey, decide.
Leo la batalla que se desata al interior de su cabeza entre la necesidad de mantenerme a salvo y las ganas de cumplir su promesa de contarme más. Luce tan vulnerable y confundido que el corazón se me derrite y todo lo que quiero es correr a acunarlo entre mis brazos asegurándole que todo está bien, que no es necesario que siga. Pero sí lo es, no voy a ceder.
Al final, la contienda de voluntades la gano yo.
–Era una amenaza, Anastasia. Iba dirigida a nosotros –suspira. Apoya los antebrazos en la superficie de la isla, se coge las manos y baja la cabeza, abatido.
Me estiro para tomar uns mano en la mía y darle un suave apretón. Por favor, Christian, dime, le ruego silenciosamente cuando el gris tormenta se posa sobre el azul. Él me devuelve el apretón, sólo que a diferencia mía no afloja.
–Decía: "En un juego de ajedrez, el rey se hace objetivo cuando la reina queda fuera de combate. Cuide a su dama, sr. Grey".
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